Daño Colateral



Hoy escuché un dialogo revelador.

Dos mujeres conversaban sobre una tercera, a la que llamaban la "Perjudicadora": - ¿Cómo anda? -se preguntaban- ¿qué está haciendo?

Lo notable es que intercambiaban noticias sobre la Perjudicadora con una dulce resignación, muy parecida al amor.


1 - El suelo que me sostenía se derrumbó de la noche a la mañana, las paredes se vinieron abajo. No queda nada, les aseguro que nada de nada, más que hacer equilibrio entre las ruinas, a la intemperie.
A veces sueño que me dejo caer en brazos de alguien y descanso. Al despertar vuelvo a hacer equilibrio entre los escombros llenos de brazos en ruinas.

2 - A veces hay cosas que no se pueden decir en castellano:
I'm on fire
I'm on fire


3 - Todos los juegos de poker en una computadora mac, todos los peces en la red y todos los caballos domados. Si usted no está vivo, al menos tenga la sensación de estarlo.


- El sentido de la vida es prepararse para estar muerto mucho tiempo...


Esa frase, que le repetía un padre a su hija adolescente en alguna novela de Faulkner, por supuesto, auguraba un destino trágico.

En fin, así son todos los padres.

Y además, así de estúpidos son los adolescentes. Incapaces de reconocer un gran chiste.




  • Mientras los buitres revolotean, se recomiendan actividades de bajo riesgo. Lo mejor sería dedicarse a las apuestas de Nascar, comer helado o rezar el rosario.





Fui a un masajista chino. Mientras yacía boca abajo, rebalosa como masa para pizza, pensaba que para vivir bien habría que secuestrar un chino y convertirlo en esclavo.

Sin embargo el chino interrumpía mis malévolos planes con consejos sobre comida sana y actividad física. Decidí que cuando tenga un esclavo chino le haré cortar la lengua. Ah... la felicidad...



Me voy a internar en la jungla hospitalaria un par de días. Los dejo con una gloriosa recomendación: Patida casera de poker, vermuth con papas fritas y good show! Si no vuelvo apuesten unos fideos por mí.

Morder el grano de pimienta en la mortadela? Apostar por quién será el próximo canciller de Australia? Aproveche que no hay azafata en el Challenger, y sírvase usted mismo.



Medio dormida en el sofá escuchaba la llovizna y me parecía que escuchaba el ruidito de mis sesos fritándose en aceite usado.

Mamá dos días en casa. Esa vieja sensación de que un pensamiento acompaña cada uno de mis movimientos, hasta en el baño. El pensamiento, por supuesto, corrige cada uno de mis movimientos. Todos están, de algún modo, en algún punto, mal ubicados.

Si alguien nos mirara


Primero pensó que necesitaba cambiar de apariencia. Gastó en ropa de un estilo totalmente diferente, prestó atención a la caída de las telas, a los cortes, a las formas. Cambió el tipo de zapatos, las combinaciones, los accesorios. Tinturas y cremas en el pelo. Horas en el gimnasio, vapor.

El cambio se notó pronto. Se veía diferente, pero no tanto. Hacía falta algo más. Se hizo unos retoques quirúrgicos en la cara, las piernas, los brazos. El cambio era impresionante, pero seguía siendo la misma persona.

Entonces, por fin, entendió la verdadera dimensión del asunto. Miró a sus espaldas, consiguió documentos falsos, cambió de oficio y se mudó a otra ciudad. Ahora piensa en cambiar de sexo, si encontrara la manera de hacerlo sin dejar demasiadas pistas tras de sí.

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Solo para mentes brillantes: rimar con apuestas de Campeones de la UEFA, tercetos en endecasílabos, por supuesto. Este es un entretenimientos ofrecido por la azafata del Kursk. Habrá más.


La máscara de goma azul traslúcida del nebulizador me cubre la cara como un extraño bozal. Los vahos de vapor inundan el ambiente al ritmo agonizante de mi respiración.

A través de todos los obstáculos, durante una eternidad, contemplo fijamente el escudo de philip morris. No alcanzo a distinguir si eso de los costados son leones. Pero lo observo intensamente en la niebla.

Yo sé exactamente lo que me sucede, para algo leí Graham Greene, Lowry y hasta Chesterton. Es el comportamiento propio de un cónsul inglés.

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Aquí espero el nombramiento, sonriendo con mi copa de Hesperidina, en mac poker online.


Cuando supo que su amante estaba embarazada, Moyano la instaló en un departamento discreto en la provincia, donde la iba a ver todos los fines de semana. Al mismo tiempo empezó a tener el impulso de hablar sinceramente con su mujer oficial.

Una noche destapó un buen vino, la llevó al balcón y dijo mirando el horizonte oscuro:

- Ultimamente he estado pensando mucho en un kamikaze. No en los kamikazes en general sino en uno en particular. Pienso en toda la preparación, la tensión, la solemnidad con que se decide a morir por algo. Me imagino con lujo de detalles todo lo que ese hombre piensa y siente antes de lanzarse contra el barco enemigo...

- Qué pensamiento terrible... -dijo ella.

- No, esa parte no es terrible. Lo terrible viene después. Porque no me puedo sacar de la cabeza la idea de que ese kamikaze yerra el blanco y se hace picadillo dos metros más allá, sin hacerle ni raspón al barco. No sé porqué no me puedo sacar esa idea de la cabeza... No me deja dormir...



Pepe pasaba gran parte del día secándose con la manga la baba que caía de su labio inferior. Le decían el oligo y él se llamaba a sí mismo Oligo, vaya a saber con qué significado.
Un día se encontró un pedazo de tronco como del tamaño de un bebé. Lo envolvió en una mantita y lo cargó en brazos con mucho cuidado. Anduvo semanas preguntando cosas sobre troncos a la gente, hasta que se ve que llegó a alguna conclusión. Entonces empezó a decir que él era escultor en madera. Y se pasó los años siguientes cargando el tronco de modo permanente, excepto cuando lo arropaba en la cama a su lado para dormir. "Es mi oficio" -decía contento.

Alguien escribió -Faulkner me parece-, que todas las voces, los ruidos, los sonidos, todo se puede falsificar. Menos el silencio.

Uhg...


El Negro pasó por la misma pesadilla miles de veces y siempre lo agarra de sorpresa. Está parado en un tren, con la mirada perdida en la ventanilla y de pronto su cuerpo se larga a correr. Es una cosa muy rara, porque él se ve correr por el vagón. Se da cuenta de que hay algo equivocado en esa visión de su propia espalda que se aleja y lo deja rápidamente atrás. Se agita en el asiento, pero no se puede mover. Se desespera por alcanzar su cuerpo. Sabe que si se aleja unos metros más, se encontrará a sí mismo sin piernas o sin brazos o estómago. A lo mejor ya ni siquiera tiene ojos para ver esa estrambótica perspectiva de su espalda corriendo. Entonces se despierta boqueando como un pescado en la arena.


García me despertaba una curiosidad morbosa. El hombre se aproximaba estrambóticamente a tenerlo todo. A modo de experimento, aproveché cada fin de semana para hacerle un pedido: clips, semillas de lechuga, barómetro, aguja curva de sutura, pintura al óleo. Le pedí tampones, a pesar de que su última mujer se había ido meses atrás. Un reóstato, un mapa de sudáfrica, agujas de tejer número 5, kerosene. Tenía todo.

Un día me mostró el artefacto que estaba construyendo en el garage. Quería potabilizar el agua por sus propios medios:
- Pero... ¿para qué? -pregunté.
- ¿Cómo para qué? Siempre hay que estar preparado para cualquier cosa.
- ¡Pero usted se está preparando para el fin del mundo! -exclamé.
Di por resuelto el enigma García. Era un superviviente. Los años pasaron y no pensé más en él, hasta esa noche.

Sonaron dos balazos del otro lado de la pared, en la casa de García. El silencio que siguió fue muy extraño, poblado de cosas raras, como si yo estuviera alucinando. Miré el techo. Vi dibujos y sombras que nunca había visto. Después escuché un llanto de mujer que también parecía una alucinación.

Cuando llegó la policía el mundo pareció volver a girar y salí a la vereda. La mujer seguía llorando. Me di cuenta, como si hubiera estado años en otro mundo, de que esta era como la sexta mujer que escuchaba llorar a través de la medianera. Nunca me preocupé. Todas duraban poco.

Desde la vereda vi con ojos nuevos, como viendo por primera vez, en qué se había convertido la casa de García. El jardín excavado, paredes a medio derrumbar, sombrías construcciones semi enterradas, alambres electrificados. Era un campo de guerra.

García, todo serenidad y templanza, explicaba a los policias que había sacrificado a Lula, la perra de su mujer. Era necesario. Se había vuelto desobediente y un animal desobediente es peligroso.

El viento movía la copa de los árboles y yo tuve un escalofrío. Me sentí desprotegida y engañada. García no era un sobreviviente que temía la destrucción. Era el destructor.


Mientras me sacaba el guardapolvos miré por la ventana del laboratorio. Una tormenta azotaba los arboles en la calle. Imposible salir. Aguzando el oído distinguí los aullidos de un perro caído que luchaba en la esquina. Parecía estar ahogándose en un torbellino de barro. Tuve un escalofrío. Para distraerme mientras pasaba el tiempo me puse a leer las etiquetas del cerebro que flota en el frasco del rincón.

Parece que se trata del Dr. Hume y que lleva flotando allí unos doce años. Observé un poco el artefacto. El frasco está lleno de un líquido espeso que sube y baja por dos mangueras hasta un tanquecito que también está etiquetado: "cefaloraquídeo". El display muestra una larga lista de números entre los que solo pude reconocer la temperatura. Una porquería.

El cerebro está conectado a la altura del bulbo a un caño grueso y oscuro que seguramente le provee algo así como irrigación sanguínea. El caño se pierde bajo la mesada detrás de una puerta que no quise abrir.

Me acerqué a la ventana para chequear al perro que agonizaba en la boca de tormentas. Todavía se movía. A lo mejor ya no se movía por sí mismo, sino por la fuerza del agua cuyo paso obstruía.

Medio al azar levanté la tirita de papel continuo del registro electroencefalográfico que cae permanentemente sobre la repisa y se me escapó un insulto. Estaba despierto. La puta madre que lo parió. El cerebro estaba en plena actividad.

Bajé las escaleras y me senté en el último escalón. A través de la puerta de vidrio podía ver la tormenta que cada vez arreciaba más fuerte. Ahí me quedé, sintiendo pasar el tiempo como una víbora asquerosa deslizándose por la espalda.



Y hablando de grandes pensadores, el último taxista que me tocó me dejó deslumbrada.
El tipo escuchó no sé qué en la radio y se sulfuró:
- ¿Lo escuchó? -me increpó indignado- ¡Ese negro pelo duro, ¿qué tiene que opinar?! Acá cualquiera opina... ¿A usted le parece? ¡Opina cualquiera!
Yo me encogí de hombros, divertida, y le contesté:
- Y sí... cualquiera puede opinar... Pero eso se supone que está bien, ¿o no?
- ¡Ah, no! -se enojó-: ¡Pero no es así! Porque cuando uno quiere opinar: ¡lo tratan de opositor!!!
Le compuse mi mejor cara de desorientada:
- Y sí... Hay oficialistas y hay opositores... claro... ¿No se supone que es así?
El tipo ya no cabía en el asiento de la bronca:
- ¡Pero cuando te dicen opositor, te lo dicen mal! ¡Te lo dicen como si estuvieran en contra de que vos seas opositor!
Por fin comprendí que sus argumentos eran demasiado elevados para mí. Le dí la razón antes de que se estrellara.



Hace 200 años, en un rincón helado de Copenhague, un hombre joven se hacía pasar por otro y pensaba, a la luz de los candelabros, en el pecado original.

Hay una angustia desparramada por la creación, pensaba.

Pero la angustia no es parte de la creación, se produjo cuando vino a reflejarse sobre ella una luz muy distinta.

¿En qué sentido la creación se hundió en la ruina con el pecado de Adán?, se preguntaba.

¿De qué manera la libertad proyectó un reflejo de posibilidad, un temblor de coparticipación sobre las criaturas?

Esa noche, estoy segura, las lámparas vacilaron en todo Copenhague.




Sigo incomunicada.

Un relato es algo que se hace con la lengua. Para escribirlo, con el implemento que sea, hay que usar hábilmente los dedos. Más presisamente: la yema de los dedos.

La lengua, los dedos y los implementos no están muy disponibles por ahora.

No alegaré que están ocupados en cosas más importantes, porque total, quién me iba a creer...


Sabrán disculpar la ausencia: estuve incomunicada.

Desde mi celda mugrienta le escribí a una amiga contándole mi desgracia. Terminé la carta tratando de ser amable: "Cuidate. Besos. Kaiten."

A vuelta de correo me llegó la siguiente respuesta:

"¿Porqué me decís que me cuide? ¿Que me cuide de qué? Si sabés algo que yo no sé te pido que me lo digas con claridad."



Si no hice comentarios sobre la rebelión guachesca no fue por falta de interés, sino todo lo contrario. Ha sido un gran momento para drogarse y percibir.

En una semana pude percibir más cosas que el agente Mulder en toda su carrera. Los expedientes, por supuesto, están sellados.

Lo único que puedo divulgar es una visión de viejas engañadas: ¡Dios mío, Dios mío! ¡Cuánta pobre vieja engañada!






Saliendo por la puerta de atrás de la casa había un abrevadero de piedra entre la maleza. Se veían las marcas de la uñeta en la piedra. Recuerdo que me detuve allí una vez y me acluclillé a mirar y me puse a pensar en ello. Esa región no había tenido un período duradero de paz, que yo supiera. Pero este hombre se había sentado con su un martillo y una uñeta y había labrado un abrevadero de piedra para que durara diez mil años. ¿Porqué? ¿En qué tenía fe ese hombre?


He pensado mucho en ello. Lo pensé después de irme de esa casa hecha pedazos. Y debo decir que lo único que se me ocurre pensar es que su corazón albergaba una especie de promesa. Y no es que tenga ninguna intención de labrar un abrevadero. Pero sí me gustaría ser capaz de formular esa clase de promesa.

Cormac McCarthy (un poco compactado, sorry)


Hace ya más de un siglo, en varios quirófanos del mundo se materializó una escena onírica. El paciente despierto, con el cerebro expuesto tras una amplia craneotomía, conversaba con el cirujano. Este se situaba a sus espaldas, electrodo en mano, estimulando cada centímetro de corteza y registrando la respuesta.

Después de varias décadas los cirujanos le devolvieron su tapa al cráneo. Habían aprendido mucho sobre motricidad, claro, aunque para estudiar la motricidad es suficiente con las ranas.

El sujeto que buscaban entre los sesos frescos y parlanchines se les escapó por las circunvoluciones de la corteza como un pez resbaloso.


Hace ya más de un siglo que lo buscan: vivo o muerto.







El Sr. X parece un experimento del jardinero del hospicio. Lleva años con la misma ropa y en la misma posición, sentado bajo el mismo árbol. Además, la velocidad a la que gira la cabeza para saludar es bastante inferior al tropismo de los vegetales que lo rodean.

Pero el otro día sucedió algo. Por razones administrativas entró a la sala de profesionales.

Mientras se completaban los formularios el Sr. X observó con detenimiento las tazas de café, los recetarios, la rosca y los huevos de pascua que poblaban la mesa de sus médicos.

- Aaaaahh... -comentó sorprendido-: Acá es Pascua.

Indicó con la cabeza el jardín en el que vegeta desde hace décadas:

- Afuera es Vietman.




















Hojeando diarios viejos, encontré uno que decía que Porco Rex, el último disco del Indio Solari, era "más de lo mismo".

Pensar que yo salté contenta como una cría, ilusionada con encontrar aunque fuera un poquito más de lo mismo.

¿Será que los críticos cada vez que tienen una erección se encogen de hombros diciendo: "uff... más de lo mismo.."?

















La fiebre amarilla avanza silenciosamente en las provincias del norte.

Considerando como se violentan los vecinos de Belgrano ante la simple visión de la miseria, es obvio que no soportarían el horrible espectáculo de una epidemia.

¿Qué harán? ¿Declararle la guerra al Paraguay; esta vez para anexionarle a la fuerza los territorios apestados?



Lamento ser gráfica, pero el pimentero que me regalaron era exactamente como el de la foto. Dejé el paquete sobre la mesa, ya que no me urgía ponerme a cocinar. Al día siguiente no estaba más.

Lo busqué por todas partes. Al fin lo encontré, muy bien disimulado, en mi mesa de luz...

La señora que limpia en mi casa se ha ganado todo mi respeto: ¡eso es imaginación!


Maupassant, otro Señor de las Chapas, muestra una finísima percepción del cuerpo humano:

"... torpemente concebido, atestado de órganos perennemente fatigados, siempre forzados como resortes demasiado complejos."

Y yo me pregunto, desde el fondo de la bañera, cuánto ingenio se precisa para coger con estos cuerpos.

I am very happy
So please hit me

I am very very happy
So come on hurt me

(Antony and the Jonhsons)





















Haciendo un esfuerzo muy optimista por imaginar que queda algo de mi, llegué a percibír un esqueleto deambulando en la oscuridad.
Pero esos huesos ocuparán espacio un tiempo más, juré.


Anoche salí al balcón.

Colgando de una rama del fresno, a unos seis metros de altura, se balanceaba una percha.

Me terminé de fumar el pucho. Antes de entrar, por las dudas, le advertí al simpático arbolito:

- A mí no me vas a intimidar...

El anuncio de blogger que indicaba que este es un sitio de "contenido dudoso" ha dejado de aparecer. ¿Y ahora? ¿vamos a la costanera?





"La duda es la jactancia de los intelectuales"
(Aldo Rico, 1988)



Aquí Kaiten reportando entre lagartos. En este lugar las cosas se derriten como figuras de Dali, digo, tan podridas como el cadáver de Dali.

De noche no hay luz. El hielo dura en el vaso unos treinta segundos. Se oye el golpeteo de los insectos estrellándose en las ventanas cerradas.

Pasa un auto por la calle levantando el polvo y derrapa en la esquina. El intendente electo baja de su flamante Jaguar a la luz de los faros, se trepa al capot y grita a todo pulmón:

- ¡En este pueblo mando yo, carajo!