Hace un año mi abuela Lala dijo que se sentía mal, se metió en la cama y no salió más. Los médicos le hicieron cientos de estudios y dijeron que no tenía nada, que se tenía que levantar. Pero mi abuela tenía un sólido sentido común:
- Oiga, usted no me va a decir a mí cómo me siento yo -respondió, y siguió en cama porque se sentía mal.


El mes pasado la fui a ver. Llevaba un año postrada y se parecía cada vez más a su esqueleto:
- Hija, no sabés lo podrida que me tienen... Qué me levante, que coma, que coma, que me levante. Todo el día con la cantinela... -una energía insospechada la alentó de pronto: - ¿Para qué quieren que me levante, me podés decir? ¡¿Para qué quieren qué coma?! ¡Porqué no me DEJAN DE JODER!

Ahora está en terapia intensiva, con un respirador que le mete aire en los pulmones contra su voluntad. Yo no volví, ni pienso volver a verla. Pero imagino que sé exactamente lo que está pensando.

Pasé la mitad de la noche retorciéndome como un perro en la sala de una guardia. Las palabras tranquilizadoras y optimistas no me calmaban. No tenía miedo, tenía rabia. Me negaba a ceder ante un cuerpo insubordinado.

Llegué a casa a la madrugada, bajo la lluvia, apaleada. Me cobijé con un café, un libro de Kenzaburo Oé, y su maldito bebé de cabeza deforme. El viejo dilema de Kenzaburo me absorvió como un agujero negro. Si no le extirpan un trozo de cabeza el bebé morirá. Si se la extirpan habrá que regarlo como a un potus. El pobre padre borracho, se enreda con una línea de Blake: "Mejor asesinar un bebé que alentar deseos irrealizados".

Respiré hondo, levanté la vista del libro y me percaté de que el japonés hijo de puta se dirigía a mí de un modo muy personal. Me interrogaba, me exigía una respuesta. Tuve que arrastrarme hasta el comedor a buscar un whisky, repitiendo la frase con incomodidad: "Mejor asesinar un bebé que alentar deseos irrealizados". Algo me confundía.
Necesité dos tragos para elevar al fin el dedo medio y hacerle fuckyou a Kenzaburo con su dilemita:
- ¿Qué puta diferencia hay entre un bebé muerto y un deseo irrealizado? -le chillé a la pared.

Creo que un par de páginas más adelante el japonés llegaba a una conclusión parecida. Aunque no estoy segura. Ya no me importaba nada.











El domingo a la mañanita estaba tomando unos mates cuando sonó inopinadamente el timbre. Era Pepe. Bajé a abrirle, pero me olvidé la llave. Lo ví del otro lado del vidrio abriendo los brazos y gesticulando de modo extraño bajo la tonelada de cosas que cargaba. Volví a subir a buscar la llave.

Cuando llegué por segunda vez al palier, Pepe hizo un gesto más claro: juntó las manos como rogando. Abrí la puerta y lo saludé. Se me quedó mirando tan significativamente que me desconcertó. Al fin, impaciente, me señaló sus pertenencias.
- ¿Notaste que vengo con el bolso? -preguntó.
- ¡Ah! ¡Empezaste el gimnasio! -contesté-. ¡Te felicito!
Pepe se quedó inmóvil en el palier, rascandose la frente con agotamiento.
- Me echaron de casa, Kaiten, y la pu-ta-que-te-re-pa-rió.