Fin de semana

El fin de semana se inició con el abuelo en casa revoleando el bastón con una destreza digna del Circo Imperial de la China. Cerca del mediodía se sumó otra visita. Mi amigo el Lobo desembarcó de Amsterdam con cinco kilos de hasch encima. Mientras hacía las presentaciones temí lo peor.
Pero me equivoqué. Mate de por medio, el Lobo y el abuelo, se pasaron la tarde en infinitas historias de regimientos y fundaciones. De ingleses perdidos en el monte desenterrando meteoritos. De coroneles que, sin saberlo, sostuvieron programas pergreñados por la subversión. De anarquistas, unitarios y peronistas tragándose uno a uno sus emblemas. De visionarios tragándose los lentes.
Ya al atardecer el abuelo partió con paso de murga, revoleando su bastón. Entonces el Lobo desembarcó por completo sobre el primer tema de la velada: El mal. El mal nace de la tristeza, afirmó categórico. No, no, no. El mal nace de la estupidez, retruqué yo, tan apresurada y estúpida, como siempre.
Recién a la madrugada, entre unos sueños obtusos e inquietos, entendí que un mal nacido de la tristeza es infinitamente más sutil, más húmedo y oscuro, más macerado. Es un mal infinitamente más interesante.

Por un mundo de iguales



Entré al hotel buscando a una amiga que participaba en ciertas Jornadas de Filosofía. Distraída, me asomé a un salón de conferencias donde se desarrollaba algo desconocido para mí. Pero más bien debería decir que me caí ahí, en ese salón alfombrado y acondicionado, como en un pozo.
El conferencista, un verdadero profesor, tenía algo apenas perceptible que me capturó: además del traje negro impecable, usaba delineador. Y el discurso trataba sobre política sexual, dado que la revolución se pelea en ese campo.
Estaba resumiento el programa de ciertas autoras lesbianas inglesas, que proponían más o menos lo siguiente: El sexo ha sido siempre una relación de poder. Esto está bastante documentado como para que no haga falta ni reflexionarlo aquí. Sin embargo, es posible acabar con eso. ¡Y es tiempo de acabar con eso!
¡Hay que excluir el poder del sexo! ¡Basta de activos y pasivos, basta de penetradores y penetrados! Es preciso democratizar el sexo. Y la naturaleza ofrece lo necesario para este programa: el culo.
El culo es el único órgano democrático de goce. Por lo tanto, todos deberíamos practicar, democráticamente, sólo y exclusivamente: sexo anal con implementos. ¡Basta de penes y vaginas, herramientas perimidas de una sexualidad victoriana!
La conferencia terminó con un cerrado aplauso. Observé extrañada al público que se ponía de pie; tenía el clásico aspecto timorato de los ambientes académicos. Caminé estupefacta por el hall del hotel donde mi amiga me esperaba recostada en un sofá.
- ¡Hace media hora que te espero! –protestó.
- Me caí del mundo... –intenté explicarle.
- Te colgaste, querrás decir...
- No, de verdad, te juro. Me parece que hace varias décadas que me caí del mundo...
Mi amiga no me permitió un solo divague más. Me empujó hacia la calle. Estábamos apuradas.
Afuera, entre el tráfico, me sentí un poco mejor. Me tranquilizó saberme rodeada por varios millones tan obsoletos como yo, apegados a nuestros viejos y mezquinos esquemitas sexuales. Claro que allí, en la multitud, es donde se refugian los retrógados cuando no encuentran un mejor argumento para defender su posición.

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Cuzcos




La idea de los amores perros ya ha sido desarrollada. Sin embargo me parece que faltan menciones de los amores cuzcos. No son la misma cosa. En verdad son tan poca cosa que no alcanzan para una película, ni siquiera argentina. Pero son un peligro público. Las autoridades sanitarias deberían advertirnos. Porque hay mucha, demasidad gente con alma de cuzco.
Y esa gente quiere a otra gente. No quieren como perros, sino según el método particular del perro petiso y garronero. Quieren a alguien, clavan los dientes en la parte que más quieren de ese alguien, y ya no sueltan. Jamás sueltan el trozo que han aferrado, ni siquiera para cambiarlo por uno mejor.
Hay que andar con mucho cuidado cuando un cuzco quiere algo de uno. Más vale prevenir, porque los descenlaces posibles de un amor garronero son nada más que tres. Tres pestes universales.
1°) El descenlace matrimonial: Uno puede avenirse estoicamente a compartir con el cuzco esa parte de uno que él quiere y a la gratificación de ser, al fin y al cabo, querido. Una vida decente y dolorosa le espera, casi prometeica, con dos hileras de dientes incrustados en la carne y tironeando sin cesar.
2°) El descenlace sacrificial: Desprender al cuzco junto con el pedazo que lleva en su boca. Esta es una liberación dolorosa pero justa. Después de todo, alguien que quiere algo de uno con tanto empeño, merece que se lo den. El cuzco agredecerá moviendo la cola satisfecho. El trozo de carne se disolverá en su paladar. Y volverá por más. Volverá mientras quede un centímetro de hueso por roer.
3°) El descenlace criminal: Partirle el cráneo con una llave inglesa y seguir golpeando hasta que las mandíbulas se aflojen. Esta solución parece la mejor, al menos uno sale entero. No habrá perdido nada. Aunque, con el tiempo, uno llegará a preguntarse qué clase de miserable es capaz de matar al perro que lo ha querido. Porque el que se queda con todo siempre es un ser despreciable.


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El fuentón flotante

Llovía torrencialmente. El patio se cubrió con casi diez centímetros de agua. Un fuentón azul pasó flotando frente a la ventana en plena madrugada. Yo seguí su trayectoria con cierta aprehensión. La luz parpadeante de los relámpagos tenía un halo angustioso. Un recuerdo lejano vino a mi cabeza.

Yo era chica y era la siesta. Un temporal vaciaba cortinas continuas de agua sobre las ventanas mientras yo veía dibujos y mascaba aceitunas en la sala grande. Finalmente el patio se inundó. El agua empezó a entrar por la puerta formando una gran laguna que se desplazaba lentamente hacia la sala.

Entonces corrimos, mis hermanos y yo, a buscar los lampazos. Empezamos a sacar agua de la sala desviándola hacia el lavadero. Pero seguía entrando a raudales. La batalla se mantuvo empatada largo rato. Mientras tanto, mi padre se había recostado en el umbral y contemplaba la escena muerto de risa.

En algún momento su presencia burlona se hizo irritante. Nos detuvimos y lo contemplamos interrogativos.
- Y si llueve dos o tres días, ¿qué van a hacer? –preguntó él divertido.
- ¿Y qué sugerencia mejor tenés vos? –respondimos desafiantes.
- No, no sugiero nada. Estoy tratando de compreder cual es el problema que ustedes intentan solucionar con tanto esfuerzo. ¿Qué puede pasar si el agua llega a la sala? ¿Piensan que le va hacer mal a las baldosas?
- Pero, viejo... ¡No ves que es un barrial! –argumentamos.
- Ajá... El problema es el barro... –reflexionó cada vez más divertido-: ¿ustedes sospechan que el barro pueda ser tóxico?

No sé porqué, ese recuerdo funcionó como una verdadera liberación. Apoyé la cara contra el vidrio y observé con júbilo el curso vacilante del fuentón azul hasta que se hundió en la oscuridad.


La perspectiva del bicho muerto



El bicho se vuelve cada vez más impredescible. Ayer, tomando un café y escuchando la lluvia, leía un comentario sobre una película. Su chillido agrio salió de la nada parodiando lo que acaba de leer:
¡Encontrarse con uno mismo! ¡Qué tontería!
Me sobresaltó tanto que se me cayó la taza. Mientras veía el café rodando por el escritorio, intenté increparlo. Que respetara un poco los puntos de vista ajenos, le dije, que no chillara tanto. Empeoré las cosas. El volumen subió entre mis perietales hasta hacerlos vibrar:
¿Puntos de vista?! Lo único que me faltaba: ¡puntos de vista!
¿Encontrarse con uno mismo? Jajajá.... Cuanta paciencia que hay que tenerte, cabeza de alcornoque...

El bicho muerto resopló irritado:
Te explico. Un encuentro con uno mismo puede suceder de dos formas:
O es un gran susto
O es un gran fraude
Su sonrisa crepitó en el aire:
¡Y los puntos de vista..! ¡Qué ridiculez!

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El problema de los ojos



“I’ve seen things that you people wouldn’t believe. Attack ships on fire on the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near Tannhauser Gate. All those moments will be lost in time like tears in rain. Time to die.”
(Yo he visto cosas que ustedes no se imaginarían. Naves de ataque en llamas sobre los hombros de Orion. Vi bombas C brillando en la oscuridad cerca de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Tiempo de morir.) El replicante moribundo de Blade Runner.

Me intriga ese replicante.
No es un cobarde chillando porque no se quiere morir. No se aferra a su porción de lentejas. No ignora que es prescindible y, además, replicable. Es tan descartable como cualquiera. Así y todo, se niega a su fecha de caducidad.

Porque el problema de la muerte del replicante está en otro lado: El problema son los ojos.

Toda la película apoya esa idea: Incendios reflejados en las pupilas. La fabrica de ojos. El test de reacción sobre los ojos. La manía de los replicantes por coleccionar fotos.

El miedo, la carne, el egoísmo, todo eso se puede superar. Pero, a la hora de morir, el problema de los ojos no tiene solución. Las cosas que los ojos han visto, las naves en llamas, la famosa belleza. Eso parece tener vida propia y se resiste por su cuenta.

Por poco afecto que un replicante le tenga a su vida, una típica vida de mierda, una vida de esclavo, ese asunto de la belleza no lo deja morir en paz. El problema son los ojos. Se rehusan a perder su envase.


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Urbanidad

I –

Una vez trabajé en una investigación sobre la atención de ciertas patologías. Razones de muestreo me llevaron a tomar algunas entrevistas entre pacientes de un hospital. La directora me presentó al primer encuestado:
“Acá, la Dra. es investigadora –le dijo- y está haciendo unas preguntas. Es voluntario. Ella te va a explicar de qué se trata y, si querés colaborar, combinan un horario”.
El sujeto se mostró muy cooperativo:
“Sí, sí. No hay problema. No hace falta que me explique nada. Vamos ya mismo.”
Lo acompañé hasta el escritorio y prendí el grabador. Antes de que yo pudiera emitir sonido me dijo:
“Yo ya sé de qué se trata. Usted es investigadora de la federal, ¿no?”
“Noooo...!” –exclamé sorprendida. Pero él me interrumpió con un guiño cómplice.
“Está bien, no importa. Yo sé que andan averigüando lo del incendio. Pero yo no tuve nada que ver, eh... Fue ese pelotudo del Gordo Perez...”
Lo juro. Lo tengo grabado.


II -

Ese mismo trabajo me llevó a una Institución que daba albergue a gente en problemas. Allí hacían una reunión general periódica, donde se le pedía a los nuevos que se presentaran ante sus compañeros de albergue. Yo, desde el escritorio de al lado, escuchaba bastante. Recopilé algunas presentaciones, ¡verdaderas pinturitas de urbanidad!:

- Yo me llamo Inés y estoy indispuesta. ¡Y yo me pongo muuuy mala cuando me indispongo!

- Yo soy Carla. No sé para qué tantas presentaciones, porque a mí si no me solucionan el tema de baño, me voy...
- ¿Qué pasa con el baño?
- ¡Voy a las duchas de hombres y me miran las tetas! ¡Voy a las duchas de mujeres y me espían la pija! ¡Esto no puede ser!!!! ¡Es una falta de respeto!

- Buenos días. Acá me tienen... (largo silencio)
- ¿Porqué no nos decís tu nombre?
- ¿Mi nombre? ¿Y yo cómo sé que estos no son canas?

- Hola. Yo soy Carmen... Yo soy esquizofrénica, pero no se asusten. Les prometo que no les voy a hacer nada.... A veces me pongo mal, pero ya no ataco más...

zurita kaiten



Esa soy yo en bombacha de goma.

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El lobo feroz



En medio del insomnio, tropecé con una película terrible. No sé cómo se llamaba. No ví más que un pedazo, ni sé en qué canal.
Los enamorados querían huir y el muchacho hizo más o menos el siguiente cálculo: A razón de no sé cuántos francos cada una, hacían falta, supongamos, unas doscientas mamadas en el baño de la escuela para juntar el dinero de los pasajes a Florida.
La chica se enjuagó la boca, se sentó en la tapa del inodoro y esperó, decidida a todo por amor.

Eran las cuatro de la mañana. Cambié a un canal de clips y puse el mute. Me serví un whisky.
El televisor producía una hermosa luminosidad móvil que distorsionaba las paredes. No sé porque me acordé de mi amigo Julio. Un verdadero mujeriego, el pito más cruel de la ciudad. Su regla de oro era no dormir dos veces con la misma persona. Durante una noche de borrachera me confesó: “Yo me enamoré una sola vez, hace muchos años. Cuando ella se fue, yo me juré que jamás iba a querer a otra mujer.”

Entonces el bicho muerto susurró en la oscuridad:
“Pura fidelidad...”
Me asusté. La voz del bicho sonó tan grave que hizo temblar los trozos de hielo en el vaso. Pero poco a poco empezó a declamar con su chillido habitual:
“¡Ojo con la fidelidad! Pasa por decente, parece respetable, se pasea por la iglesia... Pero ¡Ojo! Algo que es capaz de arrastrar a la gente contra siglos de moralidad... Mhmm ¡Peor aún! ¡Contra el mismísimo amor propio! Mhmm... Eso tiene que ser algo peligroso... Muy peligroso... ¡Verdaderamente subversivo!”
Me tomé el vaso de whisky de un solo trago, intentando ahogarlo en alcohol. El bicho muerto no se detuvo, aunque su voz se tambaleó un poco:
“Fijate, sino, mirá vos. Toda esa gente tipo Tango Feroz, con su jinglesito: ‘pero el amoooor es más fueeerte...’ Vos te reís, jajajá... Pero ellos lo captaron casi todo. Si, sí, sí, casi todo. No se les escapó más que un detalle: la ferocidad...”
¡Ilusos!
–chilló el bicho en éxtasis- ¡Esos ilusos son los más fieles de todos! ¡Nadie se libra! ¡El lobo feroz se los va a comer en cualquier rincón! ¡Los va a poner en cuatro patas! ¡Nadie se libra excepto nosotros, los bichos muertos!


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El corazón delator


E.A.P Posted by Hello

Hace años le regalé “El corazón delator” de Poe a un muchacho, llamémosle Edgar. Había en ese regalo una elíptica confesión que él, por supuesto, no entendió. Los hombres nunca entienden nada. Eso no quita que, cada tanto, haya que darles alguna explicación.
El personaje del cuento, llamémosle también –porqué no- Edgar, acababa de asesinar al viejo y de enterrarlo bajo el piso del recibidor. Cuando la policía inició el interrogatorio estaban sentados encima del cuerpo todavía caliente.
Edgar se pone nervioso. Empieza a escuchar los latidos de un corazón que se aceleran. Suenan cada vez más fuerte. No es posible que los policías no lo escuchen. Al fin llega a la razonable conclusión de que el corazón del viejo, enterrado bajo sus pies, lo ha delatado. Perdido por perdido, confiesa...
Poe es un grande. No hay escena más razonable en el mundo que esa. El latido del corazón es un sonido demoledor. La clave del cuento también es completamente razonable: Un corazón siempre es un órgano ajeno.

La noche que lo descubrí estaba con Edgar. Me había llevado a escuchar a un bajista ignoto que pulsaba la cuarta a repetición, arrancándole un mugido grave y cardíaco. La vibración del bajo no se oía propiamente, más bien se sentía reverberar en el fondo del cuerpo de un modo extraño. Todos han escuchado un bajo. De verdad suena entre las vísceras de uno. Y el bajista sabía lo que estaba haciendo:
- ¿Quién late? -preguntó de pronto, sin interrumpir el pulso, sobre el que agregaba unas escalas ascendentes, gimientes, con una vaga reminiscencia morisca que convertía el local descascarado en un desierto sin estrellas.
Cuando hizo silencio suspiré aliviada, como si me hubiera sacado ese latido de encima. Le comenté a Edgar la experiencia acústica que acababa de hacer. El, sin mezquinar comentarios sobre mi estupidez, coincidió en que, efectivamente, no había forma de saber si el latido del bajo se producía en las cuerdas del bajo o adentro del cuerpo. Sin embargo, con gesto de suficiencia, me señaló una columna negra, casi oculta al lado del escenario. En ese momento el bajista hablaba. Su voz, efectivamente, no salía de su boca, sino de la columna.
Y fue por eso que le regalé “El corazón delator” a ese muchacho que me invitaba a salir con insistencia y me revelaba dónde estaba la fuente del sonido. Fue algo así como una devolución de gentilezas. Porque Edgar, como en el cuento de Poe, se confundía conmigo.
A él le gustaba imaginar que me quería, que me buscaba, que me conseguía. Yo, en cambio, sé muy bien cuál era el corazón que latía en la oscuridad, agonizante, enterrado bajo el piso del recibidor.

Confesiones


erotismo extremo Posted by Hello

confieso que he vivido...

Hay una sola

Ayer llamó mamá. “¿Qué noticias hay?”, preguntó. Como no había noticias, le hablé un poco del fin de año, los clásicos domesticos y laborales, las noticias internacionales...
“Bueno, sí. Pero, ¿y vos?”, insistió. Entonces se me ocurrió contarle que adelgacé mucho, no sé porqué. “¡Ay, Gracias a Dios!”, clamó, al fin interesada: “Porque la verdad, yo te quise decir nada, pero ...”
Fue como abrir una compuerta. Mi mamita se lanzó a hablar como una máquina de lo fea que estaba yo el día que me vio, meses atrás. No escatimó adjetivos. Algunos eran verdaderamente insultantes. No se detuvo en quince minutos.
Fue una experiencia extraña. Muy extraña.

El infierno en fuga

A los diecisiete me fui de aquel infierno sin pecado donde me crié, a orillas del Paraná. Cuando me despedía, alguien me murmuró al oído: “Si te vas no intentes volver. Apenas salgas a la ruta, ya no habrá a dónde volver”.
Apenas un par de años después, un verano, volví. La advertencia era exacta. Con el bolso al hombro bajé del colectivo en una ciudad completamente ajena, verde e hirviente. Por la tarde caminé de punta a punta, avenida por avenida, buscando direcciones conocidas, rostros entrañables. No estaban ahí. No quedaba nadie. No quedaba nada más que el calor.
Al anochecer, perdida y ensordecida por las chicharras, al fin levanté la vista y miré a mi alrededor. El cielo era amenazante y la ciudad desconocida estaba teñida de rojo por los chivatos en flor. Las veredas estaban bañadas por enormes charcos sangrientos y rebalosos que formaban las flores pisoteadas.
Llegué a casa de mis padre ya de noche, agotada y extraña, buscando refugio. Llovía pero no era lluvia lo que caía, era agua hirviente. Mi madre me esperaba con un dormitorio preparado. Dejé el bolso y me sequé el pelo con una toalla. Los ventiladores giraban y los espirales ardían hacía horas. La cama estaba abierta. Mientras me desvestía noté que las sábanas parecían cubiertas por una especie de pelusa gris. Me acerqué. Sentí una punzada amarga al descubrir una infinidad inconcebible de mosquitos muertos en la cama.
Es evidente: No hay a dónde volver.

"I see dead people..."

Dos ejemplos que encontré para el amigo borderline

I -

El tipo se levantó muy temprano, casi al alba. Se asomó por la ventana de la cocina. Le pareció que algo extraño estaba sucediendo. El silencio era profundo y unas lenguas de luz pálida se alargaban por el patio.
Fue al baño y se miró al espejo. Abrió la canilla. Lavó el cepillo de dientes. Cuando fue a apretar el pomo de pasta lo descubrió. Estupefacto, leyó la orden escrita con letra grande de imprenta: Colgate.
Abrumado y acorralado abrió la puerta de la cocina y salió al patio. Ahí estaban: el árbol y la soga de la ropa.
Los perros ladraron como locos bajo el péndulo doble de los pies. Un vecino lo descolgó justo a tiempo.


II -

Vivía aterrorizada por sus propias ideas:
- No entiendo -me dijo un día-, no entiendo qué me pasa. Estoy bien, contenta, tengo cosas que hacer, y de pronto pienso esas cosas. Soy una hija de puta, pero no puedo evitarlo. ¿Porqué tengo que tener esas ideas? Ayer era el cumpleaños de mi sobrino. Yo iba chocha con los globos, pero cuando ví que el tren se acercaba me dije: ¡Tirate! Me asusté. Me doy miedo. Tengo mucho miedo de mis propios pensamientos...
- ¿Porqué? -pregunté-. Vos no tenés intenciones de ponerlos en práctica...
- Es que no sé. No sé lo que puedo hacer. Si soy capaz de decirme eso, ¿cómo voy a saber lo que puedo hacer?
- No entiendo bien. Esas cosas... ¿Las decís, o las pensás?
- No sé... Ni lo digo ni lo pienso... O mitad y mitad... La verdad que no sé lo que hago. Yo me escucho diciendo eso.
- ¿Cómo?
- Sí. Ayer, por ejemplo escuché muy nítidamente, muy fuerte, la palabra ¡Tirate! Como si hubiera alguien atrás mío hablándome...
Los ojos se le llenaron de lágrimas de pánico:
- ¡Pero era mi voz! ¡Era yo!