A las tres de la madrugada, gimiendo en la guardia de un hospital, recordé que ya hace seis meses que enormes acontecimientes se suceden en mi vida sin solución de continuidad. Grandes catástrofes y grandes conquistas mezcladas en una sopa casi sin sabor.

Perdido por perdido me fui a la puerta a fumarme un pucho temblando de frío y saltando de dolor. Sí, sí, pensé, a pesar de todo estoy en condiciones de declarar firmemente: "Aquí no ha pasado nada".
Después pensé con desasosiego:

"Es que soy una lagartija. Con los años me he convertido en una lagartija fritándose al sol. Nada más que un par de reflejos autonomicos: conservación de temperatura, localización de insectos.
Las bombas pasan silbando alrededor y la lagartija parpadea: no son comestibles; relevancia descartada.
El billete ganador de la lotería cae entre sus patas y la lagartija parpadea: no es comestible; relevancia descartada.
Con la panza sobre la arena, la lagartija solo quiere seguir achicharrádose al sol hasta reventar."

Querida Hades: me has tirado el guante y, para decir la verdad, me has roto el tabique de la nariz.
Desde hace una semana la segunda persona me persigue en forma de una frase dos veces robada. Yo la saqué de Victoria Accaramboni, de Stendhal. El a su vez, lo sacó de algún viejo manuscrito del 1600, o no sé de dónde, porque el libro ha desaparecido de mi biblioteca. Una pesadilla, Hades, esa frase en segunda persona se ha vuelto una pesadilla.

Unos sujetos enmascarados irrumpen en el palacio de la viuda de Orsini. Uno de ellos, el más cruel, busca a Victoria: "Ahora hay que morir", le dice. Y sin darle tiempo a nada la pincha con un fino puñal debajo del seno izquierdo. Después revuelve el puñal dentro del pecho, de un lado al otro, mientras le pregunta:
- ¿Lo sentís? ¿Sentís que os toca el corazón?

Con esa frase me persigue la segunda persona.

(NOTA: No hay metáfora. El crimen es histórico. No fue un acto pasional. No hubo más motivación que el poder y, de paso, un poco de anatomía.)

Estoy viajando demasiado ultimamente. He pasado noches y noches durmiendo en colectivos, abriendo los ojos desorientada en cada cruce de rutas. Por las mañanas tomo café en las terminales y no las veo. Me cuesta librarme de la soberana visión de la oscuridad detrás de las ventanillas empañadas.

Ayer, no sé en qué ciudad, me metí en un bar vacío con varias mesas de billar. Eran las nueve de la mañana. En el fondo del salón cinco señores mayores jugaban al poker y tomaban café. Yo me acordé de este puto blog del que debiera deshacerme con urgencia y comprendí que no es solo falta de tiempo lo que me aleja. Es sobre todo la primera persona.

La primera persona es demasiado fácil. Contemplar el propio ombligo como si se tratara de la octava maravilla del mundo es muy fácil. Y la exhibición pública de tan fascinante agujero es una tendencia muy natural.

La tercera persona, en cambio, es la posible dignidad de un texto. La tercera persona es sobria, elegante, dificil. Es la única persona que puede afirmar algo con cierta autoridad. Pero tiene el problemita de encontrar dónde esconderse uno mismo. Incluso amordazado y encerrado en el fondo del armario, el 'yo' sigue metiendo ruido, haciéndose notar, opinando sobre todo.

Es que para usar la tercera persona hay que tener una verdadera autoridad. ¿Quién soy yo, después de todo, para hablar de él?

- Yo soy el que puede desaparecer...

- Ah, caramba. Eso es autoridad.