Y hablando de grandes pensadores, el último taxista que me tocó me dejó deslumbrada.
El tipo escuchó no sé qué en la radio y se sulfuró:
- ¿Lo escuchó? -me increpó indignado- ¡Ese negro pelo duro, ¿qué tiene que opinar?! Acá cualquiera opina... ¿A usted le parece? ¡Opina cualquiera!
Yo me encogí de hombros, divertida, y le contesté:
- Y sí... cualquiera puede opinar... Pero eso se supone que está bien, ¿o no?
- ¡Ah, no! -se enojó-: ¡Pero no es así! Porque cuando uno quiere opinar: ¡lo tratan de opositor!!!
Le compuse mi mejor cara de desorientada:
- Y sí... Hay oficialistas y hay opositores... claro... ¿No se supone que es así?
El tipo ya no cabía en el asiento de la bronca:
- ¡Pero cuando te dicen opositor, te lo dicen mal! ¡Te lo dicen como si estuvieran en contra de que vos seas opositor!
Por fin comprendí que sus argumentos eran demasiado elevados para mí. Le dí la razón antes de que se estrellara.



Hace 200 años, en un rincón helado de Copenhague, un hombre joven se hacía pasar por otro y pensaba, a la luz de los candelabros, en el pecado original.

Hay una angustia desparramada por la creación, pensaba.

Pero la angustia no es parte de la creación, se produjo cuando vino a reflejarse sobre ella una luz muy distinta.

¿En qué sentido la creación se hundió en la ruina con el pecado de Adán?, se preguntaba.

¿De qué manera la libertad proyectó un reflejo de posibilidad, un temblor de coparticipación sobre las criaturas?

Esa noche, estoy segura, las lámparas vacilaron en todo Copenhague.




Sigo incomunicada.

Un relato es algo que se hace con la lengua. Para escribirlo, con el implemento que sea, hay que usar hábilmente los dedos. Más presisamente: la yema de los dedos.

La lengua, los dedos y los implementos no están muy disponibles por ahora.

No alegaré que están ocupados en cosas más importantes, porque total, quién me iba a creer...


Sabrán disculpar la ausencia: estuve incomunicada.

Desde mi celda mugrienta le escribí a una amiga contándole mi desgracia. Terminé la carta tratando de ser amable: "Cuidate. Besos. Kaiten."

A vuelta de correo me llegó la siguiente respuesta:

"¿Porqué me decís que me cuide? ¿Que me cuide de qué? Si sabés algo que yo no sé te pido que me lo digas con claridad."