El asunto del "respeto mutuo" es como una mascota que alegra deliciosamente el hogar mientras destila una toxina que produce monstruos de dos cabezas.
Voy a mi ejemplo:
Viene un sujeto adorable y me dice: "Te amo".
Mi respuesta natural sería: "Dale, vení, perdete el amor en el culo y cogeme como sólo vos sabés!".
Sin embargo me trago las palabras, porque quiero ser respetuosa. Se hace un silencio. ¿Y? ¿Ahora qué cosa respetuosa digo?
Sonrío como una estúpida para ganar tiempo mientras insulto por lo bajo a cupido, maldito detrito de la neurosis. Pero ya es demasiado tarde.
El sujeto adorable dice: "Bueno, está bien. No hace falta que me digas que vos también me amás. Me alcanza con que conozcas mis sentimientos"
¡Dios mío! ¡Ahora tendré que vivir respetando sentimientos en cuya existencia de ninguna manera creo!

1) Bueno, en fin. Finalmente fueron cinco noches en la guardia, una en el quirófano y mucho, mucho dolor en vano. Ninguna reflexión, ninguna moraleja, ni siquiera una ocurrencia. El dolor nos vuelve miserables, mediocres y estúpidos.

2) Algo pasó. No sé bien qué fue, pero de pronto no quedó nada de mi agrado en la galaxia. Hasta hace poco el mundo estaba lleno de diminutas diversiones, jueguitos tontos, exactamente lo que a mí me encanta. Y ahora no queda nada más que la mugre por barrer, las cuentas por pagar, la cama por hacer. ¿Cómo es posible? ¿Por dios, cómo es posible?

3) El prójimo es como un televisor eternamente encendido. Ahí nunca pasa nada, pero uno no puede dejar de prestarle atención. Y un día terrible, cuando ya es tarde para todo, descubrís que no tuviste tiempo de hacer nada más en la puta vida.

Cuarta noche en la guardia, estableciendo nuevos récores.

Me acurruqué en una camilla abandonada en un rincón oscuro y me dormí.

Soñé con una torta deliciosa. La veía algo borrosa, como vemos los miopes sin anteojos, pero noté el glaseado, la decoración de chocolate y esas cerezas fosforescentes que vienen en frascos. Se me hizo agua la boca.

Me acerqué con deleite y empecé a percibir algunas anomalías. El pálido glaseado era como una piel transparente. Las cerezas parecían chorreadas, como flores desarmadas o, más bien, charcos de sangre.

Alguién me estaba sacudiendo. Era mi turno.