La prohibición de fumar en lugares públicos me interesa menos que el sistema reproductivo del ñandú. Pero la basura mental lanzada a la calle por la norma, eso me pareció fabuloso:

1°) Los giles que acaban de descubrir su derecho a respirar aire puro y: ¡Se creen que lo han obtenido! (Diossss...)

2°) Los que creen que la legislatura acaba de salvarlos de una muerte horrible y dolorosa: ¡Feliz navidad! ¡Jojojo!

3°) Los típicos jetones, felices de poder censurar a alguien por cualquier cosa. Se arrepentirán apenas vengan por alguno de sus placeres.

4°) Los católicos medrosos que acaban de confirmar que el cáncer NO está latente en sus cuerpos: ¡Los tumores son el precio del vicio! Y sus propios tumores: ¡causados por la corrupción de sus conciudadanos en esta maldita Gomorra!

5°) Pero, sinceramente, lo más pertubador fue el brillo triunfal que ví en algunos ojos. Un brillo discreto, disimulado, pero triunfal. El de los que no disfrutan de nada y odian ver disfrutar al prójimo.

Sci Fi

Tenía cientos de discos de grabación casera que con los años habían perdido las etiquetas. Finalmente, dos décadas después, me puse a ordenarlos. La única forma era reproducirlos. El audio se conservaba bien, pero los hologramas vibraban y se deformaban como aire caliente. Prestarles atención era una rutina tediosa.

Sonó el teléfono. Salí a encontrarme con el contrabandista de cigarrillos. Después vino Rodríguez a visitarme y me olvidé definitivamente de mi emprendimiento clasificatorio. Rodríguez tenía cosas mucho más interesantes que ofrecer. Cuando me dejó, cerca de medianoche, abrí una lata de cerveza y me senté a fumar un cigarrillo clandestino a solas en la oscuridad.

De pronto reconocí nítidamente la voz de un muerto que me hablaba desde la habitación contigua. Se me detuvo el corazón. La lata de cerveza rodó por el piso como un géiser. Estuve paralizada hasta que recordé el disco que había dejado girando horas antes.

Igual, no me tranquilicé gran cosa. La presencia del muerto del otro lado de la puerta era demasiado real y su voz me llamaba. Caminé despacio hasta allí. Las rodillas no me respondían bien. Contemplé con horror el holograma que crepitaba distorsionado y aplasté el stop como si fuera una cucaracha.

Tiré todos esos viejos discos a la basura y puse a funcionar la trituradora: a la mierda con el milagro del futuro. ¡Mezquino milagro!

Gramática Lopez Murphy: la turba vs la democracia representativa

Qué reveladoras pueden ser unas miserables cinco letras. La palabra turba salió de boca del candidato y un universo de deducciones cayó sobre mi cerebro.

La turba es un combustible que se forma con estiercol y/o residuos. Por extensión una muchedumbre confusa, desordenada. Basura humana inflamable, vamos.

Dado que muchedumbres ordenadas sólo se conocen los ejércitos, cualquier otra reunión numerosa es, por definición, una turba contraria a la democracia representativa, en la gramática del candidato.

Razonable, la verdad. Si uno vota a solas con su conciencia, después le corresponde lamentarse a solas con su conciencia responsable. Si resulta estafado, antes que hacer reclamos turbulentos, deberá sentirse bien culpable ante la historia.

¿Qué la democracia de Lopez Murphy es el paraíso de los estafadores?: jua! jua! jua! jua!

Dicen que los locos siempre avisan que están locos, y nadie les cree. Así es cómo terminan sucediendo las desgracias.

En el '34, después de seis meses de sequía y calor, los incendios rodearon la ciudad de Los Angeles. La noche se convirtió en un infierno de humo y sirenas. Gladis, vestida con un salto de cama y con la cara embadurnada de cremas, arrancó en su Ford verde. Subió las colinas a toda velocidad. No se alejaba del humo; se dirigía directamente hacia él.

En la entrada de Mulholland Drive encontró una barricada. De ahí en más el fuego explotaba por cualquier parte. Un policía la detuvo. Gladis dio muchas explicaciones tan contradictorias como absurdas. Que iba a una fiesta. Que las mansiones de los productores de Hollywood eran a prueba de incendios. Que no quería perderse el preestreno del infierno. Además, gritó, lloró y coqueteó con la crema chorrénadole por la cara.

El agente dirigió su linterna al asiento trasero. Allí descubrió a una niña rubia sucia de hollín, descalza, llorando aterrorizada. Entonces Gladis le suplicó: -Agente, dispáreme. Ojalá me disparara. Señalando a la niña agregó: - Ella ya es huérfana, aunque todavía no lo sabe. El policía, rebosante de benévolo sentido común, la mandó a dormir a su casa.

Pocos días después Gladis estuvo a punto de cocinar a su hija en agua hirviendo. Incendió la casa y terminó confinada en un psiquiátrico. La niña rubia (que vaya a saber cómo cuernos llegaría a ser la propia Marilyn Monroe), creció en un orfanato.

Recientemente, durante un viaje, me tocó desvelarme oyendo las actividades nocturnas de los anfitriones en la habitación contigüa. No había salida. Levantarme, prender luces, buscar ropa, etc. estaba descartado. Así que decidí tomármelo con humor y ver si aprendía algo.

No eran ruidosos, pero la pared parecía de papel. Se oía con claridad hasta el movimiento de las sábanas. Todo se desarrollaba con una normalidad bastante tediosa, hasta que algo me llamó la atención. La voz del hombre empezó a susurrar, quebrándose: "Dios mío, cómo me deseas!". La madera de la cama empezó a gemir más enérgicamente: "Qué ganas que me tenés... ah... ah... sí... me tenés muchas ganas".

Me tuve que zampar la almohada en la boca para no reírme. El tipo no paraba de repetir: "Ah-ah-ah... cuántas ganas tenés... tenés muchas más ganas que yo, te lo aseguro... gggh... ay, dios... sí, cuánto me deseas..." Poco a poco la risa se me fue deshaciendo en la boca. Nunca me escandalizaron las formas bizarras de calentarse, pero había algo en esa voz que, a medida que pasaban los minutos, se volvía sofocante, insoportable.

De pronto el sadomasoquismo, el bondange, o cualquier perversión me parecieron ingenuidades. Decidí que prefería pasar la noche pidiendo disculpas antes que escuchar esa voz. Prendí la luz, tumbé un jarrón con flores al piso y suspiré.