Tenía cientos de discos de grabación casera que con los años habían perdido las etiquetas. Finalmente, dos décadas después, me puse a ordenarlos. La única forma era reproducirlos. El audio se conservaba bien, pero los hologramas vibraban y se deformaban como aire caliente. Prestarles atención era una rutina tediosa.
Sonó el teléfono. Salí a encontrarme con el contrabandista de cigarrillos. Después vino Rodríguez a visitarme y me olvidé definitivamente de mi emprendimiento clasificatorio. Rodríguez tenía cosas mucho más interesantes que ofrecer. Cuando me dejó, cerca de medianoche, abrí una lata de cerveza y me senté a fumar un cigarrillo clandestino a solas en la oscuridad.
De pronto reconocí nítidamente la voz de un muerto que me hablaba desde la habitación contigua. Se me detuvo el corazón. La lata de cerveza rodó por el piso como un géiser. Estuve paralizada hasta que recordé el disco que había dejado girando horas antes.
Igual, no me tranquilicé gran cosa. La presencia del muerto del otro lado de la puerta era demasiado real y su voz me llamaba. Caminé despacio hasta allí. Las rodillas no me respondían bien. Contemplé con horror el holograma que crepitaba distorsionado y aplasté el stop como si fuera una cucaracha.
Tiré todos esos viejos discos a la basura y puse a funcionar la trituradora: a la mierda con el milagro del futuro. ¡Mezquino milagro!
Sci Fi
Publicadas por pequeño ofidio a la/s 3:20 p. m.
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