A veces trato de hacerme la chistosa, pero no vale la pena. Por lo general termino causando gracia de puro paspada. Solo por mencionar el día de ayer:

Camino a la carnicería paso por la casa de un amigo. El anfitrión intenta servirme jugo metiendo el dedo en el vaso para acertarle. Se disculpa diciendo:
- No veo un carajo. ¿Podés creer? Es la segunda vez que rompo los lentes cogiendo...
Frunciendo enérgicamente la frente me pongo a carburar qué uso les dará a los lentes este depravado. No se me ocurre nada, lo que me hace sospechar usos todavía más indecentes. Casi me sonrojo mientras pregunto:
- ¿Y para qué mierda usás los lentes para coger?
Mi amigo enfoca sus ojos miopes más o menos en la dirección de mi cara, suspira y explica:
- Los dejo al borde de la cama, Kaiten...
- Ah...

Un par de horas más tarde otro amigo me llama por teléfono:
- Hola, ¿hablo con el conventillo de la Dra. Kaiten?
- Sí, claro. Y usted debe ser la Bruja del 8...
Se hace un silencio concentrado. Después mi amigo se empieza a reir y me indica con paciencia:
- Me parece que estás tratando de referirte a la Bruja del "71". La vecina del Chavo del "8".
- Ah...

Tuve una época oscura. Tenía una profunda preocupación sobre los colectivos llenos. Y siempre viajaba en colectivos repletos.

En esa época vigiliba obsesivamente a los que subían y se acomodaban donde dos segundos antes no cabía una aguja. Observaba cada movimiento. Una pierna empujaba suavemente a la contigua, un hombro cedía contra otro, una ligera inclinación de un tórax daba lugar a una espalda, un brazo que se elevaba sobre una cabeza.

Me asombraba que todo esto sucediera sin el menor conflicto. Montones de desconocidos apretándose entre sí sin ofrecerse resistencia. Eso era el enigma para mí.

También noté que durante el viaje en colectivo la gente parece adormilada. Si prestaran atención a repartir el espacio que le corresponde a cada uno, el micro se convertiría en una batalla sangrienta. Pero no. Eso jamás sucede. Es asombroso como los cuerpos se acomodan solos.


Hay tanto tedio, que ahora resulta que los pueblerinos practican el viejo juego de la olla. Y nos explican por televisión los reglamentos swingers.

Interesante la regla número uno: no enamorarás al cónyugue de tu prójimo. Mandamiento de resonancias bíblicas si los hay. El intercambio consiste en sexo puro, se nos dice.

Se deduce, como mínimo:
a) Que los swingers creen en el amor.
b) Los swingers piensan que el amor y el sexo son cosas separadas.
c) Si hay sexo puro por un lado, pues habrá amor puro por el otro.

¡Románticos! ¡Moralistas! ¡Sesentistas!

Lamentablemente, me dio tanta risa, que no pude escuchar la regla número dos. Otra vez será.


El viejo riega las plantas con la misma amargura desde hace 20 años. Detiene a los vecinos con cualquier excusa, buscando la ocasión de expresar su queja. Ayer le pedí un gajo de geranio y, a cambio, tuve que volver a escuchar la historia.

El viejo trabajó, trabajó y cumplió con su deber, esperando jubilarse para realizar el sueño de su vida: una expedición al Amazonas. Cuando llegó la jubilación tenía 65. Ya estaba listo para viajar. En ese punto la voz se le quiebra y los ojos rodeados por mil pliegues se llenan de lágrimas ácidas de rencor. Señala con la cabeza el interior de la casa:
- No me dejó -susurra mientras estrangula la manguera-: Fue la vieja. Ella no me dejó.

Me fui por la vereda con el geranio en la mano. Cuánto más honorable haber muerto en el Amazonas. O morir con las valijas listas, envenenado por una mujer histérica. Cuánto más honorable, simplemente, quedarse en la vereda diciéndole al mundo: "Soy un hombre capaz de renunciar a todo por no ver llorar a su mujer".