El viejo riega las plantas con la misma amargura desde hace 20 años. Detiene a los vecinos con cualquier excusa, buscando la ocasión de expresar su queja. Ayer le pedí un gajo de geranio y, a cambio, tuve que volver a escuchar la historia.

El viejo trabajó, trabajó y cumplió con su deber, esperando jubilarse para realizar el sueño de su vida: una expedición al Amazonas. Cuando llegó la jubilación tenía 65. Ya estaba listo para viajar. En ese punto la voz se le quiebra y los ojos rodeados por mil pliegues se llenan de lágrimas ácidas de rencor. Señala con la cabeza el interior de la casa:
- No me dejó -susurra mientras estrangula la manguera-: Fue la vieja. Ella no me dejó.

Me fui por la vereda con el geranio en la mano. Cuánto más honorable haber muerto en el Amazonas. O morir con las valijas listas, envenenado por una mujer histérica. Cuánto más honorable, simplemente, quedarse en la vereda diciéndole al mundo: "Soy un hombre capaz de renunciar a todo por no ver llorar a su mujer".

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