Tuve una época oscura. Tenía una profunda preocupación sobre los colectivos llenos. Y siempre viajaba en colectivos repletos.

En esa época vigiliba obsesivamente a los que subían y se acomodaban donde dos segundos antes no cabía una aguja. Observaba cada movimiento. Una pierna empujaba suavemente a la contigua, un hombro cedía contra otro, una ligera inclinación de un tórax daba lugar a una espalda, un brazo que se elevaba sobre una cabeza.

Me asombraba que todo esto sucediera sin el menor conflicto. Montones de desconocidos apretándose entre sí sin ofrecerse resistencia. Eso era el enigma para mí.

También noté que durante el viaje en colectivo la gente parece adormilada. Si prestaran atención a repartir el espacio que le corresponde a cada uno, el micro se convertiría en una batalla sangrienta. Pero no. Eso jamás sucede. Es asombroso como los cuerpos se acomodan solos.

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