Enrique Brecchia Posted by Hello

Impurezas

Yo iba a la pileta del barrio sin horario fijo, a la salida del trabajo. En octubre hubo una pequeña reorganización y empecé a ir un poco más tarde. Cuando emergí jadeando de una zambullida vi al empleado que me hacía señas.
- Me vas a tener que disculpar –dijo-, pero no vas a poder usar la pileta en estos horarios. Si querés te devuelvo la plata...
Lo miré sorprendida. A modo de respuesta, señaló con la cabeza una sombra que se paseaba junto a los vestuarios, del otro lado del vidrio traslucido.
- Es un cliente de muchos años. Es judío. Me plantea que él no puede tocar el agua donde se está bañando una mujer, por que está impura. Qué sé yo... Es ortodoxo...
- ¿Cómo??? –pregunté. Se encogió de hombros:
- Sí, ya sé. Pero igual me vas a tener que disculpar. Es un cliente que no queremos perder...
Mientras tanto el sujeto se paseaba pacientemente detrás de la mampara, esperando que el empleado retirara las impurezas del agua para poder bañarse.
Salí de la pileta puteando en cuatro idiomas. Cuando me sacaba las ojotas escuché, casi imperceptible, el susurro del bicho muerto:
“Je, je, jé...” “Si habrán visto segregación, discriminación e intolerancia los judíos, ¿no? Y aquí tenés al señor, que te hace echar alegando, justamente, que él es judío.”
Desee con toda el alma aplastarlo con la ojota que tenía en la mano. El bicho muerto suspiró aburrido:
“A veces sospecho que la Historia repta sobre el mundo tan en vano como las culebras...”

El miedo indigno

El otro día escuché una de esas notas a gente aterrorizada por los secuestros con que nos atiborran nuestros infatigables periodistas. Una mujer decía con verdadera angustia: “¿Y a mí quien me garantiza la vida? ¿Y quién garantiza la vida de mis hijos?”
Un escalofrío me recorrió la espalda. Era una mujer adulta y me produjo una rara mezcla de pena y vergüenza. Porque si hay una única garantia en el mundo es que ella y sus hijos van a morir. Con toda seguridad, un día u otro, se van a morir.
Entonces pensé en ese destino de presa hipnotizada por su predador. Pensé en la indignidad del miedo. Y en cierto sentido ella tenía razón cuando clamaba: “¡No se puede vivir así!”. Es verdad. Cuando hace falta ser inmortal para parar de temblar, eso ya no es vida.

Me empelotan los grandes tipos...

Me empelotan los grandes tipos. Se debe a que yo soy una persona bastante mediocre, por supuesto. Pero así y todo...
El otro día me paré frente a un espejo dónde se acababa de reflejar un gran tipo. Estaba pegajoso. Todavía brotaban de su interior las lágrimas de emoción que le arrancó la contemplación de la grandeza.
Y si algo me empelota más decididamente que los grandes tipos, son los espejos lacrimosos. Entorpecen el manejo del maquillaje. Y todo está en el manejo del maquillaje.

La buena conversación

En la sala de espera de un consultorio me encontré cara a cara con Facundo Arana mirándome intensamente desde la mesita de las revistas: "Soy apasionado", decía el encabezado. Me recorrió el escalofrío de la desubicación. ¿Apasionado?, me pregunté y con eso abrí la puerta del desastre.
El bicho muerto empezó a chillar en mi cabeza, ensordecedor, en el silencio de la sala inmaculada. “¡Imbéciles!, gritaba, ¡Imbéciles rematados!”. “Milenios de civilización trabajando para dominar las pasiones: ¡y los imbéciles pretenden ser apasionados!”. “A las pasiones hay que despedazarlas, molerlas bien molidas y hacerlas picadillo. Después las untás en el pan y recién ahí son comestibles”. “¡Y estos tipos me quieren hacer tragar su pasión como si fuera caviar! ¡Cómo si la pasión pudiera distinguir un buen vino, como si pudiera disfrutar de un acorde perfecto!”. “¡Basuras! ¡A la hoguera con todos ellos!”
En ese momento la secretaria del dentista asomó la cabeza y repitió mi nombre. Me puse de pie estrujándome las manos. El bicho muerto me pone muy nerviosa. Me aterrorizó pensar en afrontar el torno sobre las muelas y sus chillidos entre los parietales al mismo tiempo. Así que mientras esperaba que la anestesia me hiciera efecto me empeñé en encontrar alguna idea capaz de tranquilizarlo.
Justo a tiempo me vino a la cabeza un párrafo de Salman Rushdie. Al Moro le gustaba tanto hablar, disfrutaba tanto de una buena conversación, que a veces se veía abochornado ante sus interlocutores por una ostensible erección.
Entonces el bicho muerto se rió y se calmó en el acto, completamente satisfecho.

Salvajadas

El japonés lleva 50 años atendiendo su tintorería en el más tórrido monte chaqueño. Llama, "extranjeros" a sus propios nietos, ciudadanos argentinos para su desgracia. Mientras engulle su comida con palitos mira los almuerzos de Mirtha Legrand y protesta airadamente contra el hábito occidental de usar cubiertos. "¡Salvajes, salvajes!, ¡comen con las armas sobre la mesa!", clama el viejo en japonés.

El Paraíso del Tío

Mi tío se está volviendo loco. Tratamos de escucharlo con paciencia, pero no es facil. Durante los últimos seis meses dedica las largas visitas que nos hace a relatar con gran angustia la problemática de sus animales. El tiene una pequeña finca a las afueras de la ciudad, un pequeño paraíso, dónde cada vez se le hace más difícil vivir. Viene a casa como suplicando que lo rescatemos.
Tiempo atrás pudo ver a su conejo -su mascota preferida- montado sobre una gallina con evidentes intenciones sexuales. Una de las perras, de más de 14 años, padeció un embarazo psicológico, que incluyó secreción de leche. Tiene además un mono, criado en estado salvaje en los árboles, que ha demarcado su territorio y lo enfrenta cada vez que intenta dirigirse hacia esa porción de su finca. Las pocas veces que se atreve a adentrarse en el territorio del mono, este se desplaza entre los árboles sobre su cabeza defecando y orinando sobre él.
Pero lo que más lo angustia, lo que lo trae a suplicarnos que le permitamos dormir en el sofá porque ya no puede soportarlo, es el comportamiento de sus dos cachorros más jóvenes. Un dálmata y un manto negro, que juegan a embestirse. Toman distancia, unos cien metros, y corren enloquecidos uno hacia el otro hasta estrellarse cabeza contra cabeza. Ayer ambos quedaron inconcientes durante diez minutos.