Vejaciones

Después de su entierro abrieron su habitación. Nadie había entrado allí en veintisiete años. Los amigos irrumpieron en banda, acongojados, buscando vaya a saber qué. Qué amigos de mierda. Deberían haber prendido fuego al edificio desde afuera. No se puede abusar así de la tristeza.

Encontraron un lienzo al óleo, pintado décadas atrás por la única mujer que tuvo fugazmente. Ahí estaban también todas y cada una de las putas cartas. Las cartas viejas pesan como montañas de basura. Nunca, jamás se vuelve a tener paz.

Los fisgones quedaron azorados frente a una colección de más de cien paraguas sin estrenar. No sé de qué se sorprendían. Hasta yo he escuchado los pasos de Erik empapado por una lluvia tan finita que penetraba entre las suturas del cráneo. Lo he escuchado, y no era Montmartre.

La habitación estaba llena de papeles tirados por los rincones. Los revisaron uno a uno, sin piedad. Bajo la cómoda encontraron las Vejaciones que él juraba haber perdido. Los amigos profanadores también encontraron, asombrados, una enorme cantidad de polvo y telarañas sobre el piano. Entonces los tarados comprendieron. Hacía años que Erik Satie no usaba el piano para componer.

La casa de mis viejos siempre estuvo poblada por gente deambulando en la oscuridad, semi desnuda, hasta el amanecer. Todos insomnes pero, eso sí, prudentes. Todos preocupados por no desvelar a los otros insomnes. Vaya a saber la cantidad de madrugadas que habremos pasado los Kaiten reunidos en el comedor sin enterarnos.

Una noche mi padre se levantó a las cuatro. Dio una docena de vueltas en círculo por la casa, sigilosamente, como siempre, sin saber qué hacer. Al fin se detuvo en la cocina. Sin encender ninguna luz abrió un bollo de pan y le puso mayonesa, queso y fiambre. Al tacto preparó la sartén, fritó dos huevos y los incluyó en el sánguche.

Después se sentó frente la mesa de la cocina, contemplando la oscuridad y masticando en silencio. Mi mamá lo encontró a las cinco y media en esa posición. Como ya empezaba a clarear lo vio, y se dispuso a preparar unos mates. Mientras ponía la pava en la hornalla se rascó la cabeza con curiosidad:

- Gustavo... ¿por qué está el sarten lleno de detergente?
- ¿Detergente? -se asombró mi papá-: La puta, con razón estaba tan feo ese sánguche...

Las siguientes diez noches hubo un insomne menos deambulando por la casa. Estaba en el baño.

Sin ciclamato


mis deseos no son órdenes,
es una puta calamidad

pero es peor, infamemente peor,
cuando recuerdo que mis deseos nunca, jamás fueron órdenes

y eso ni se acerca a la catástrofe
de que ya hace mucho, mucho tiempo,
mis deseos renunciaron incluso a la aspiración de ser órdenes

Efecto Open Door: Un sueñito


Juan, acodado sobre la mesa, se alisa el pelo. De pronto saca de entre los mechones, justo detras de su oreja derecha, un tornillo oxidado, muy largo. Se peina con el tornillo.
El gesto tiene valor probatorio por sí solo.
Yo suspiro, meneando la cabeza, frente a la conclusión inevitable: Se le volaron las chapas.

Me perdió Luján. Un pueblo de mierda, con una basílica de mierda... y ahí nomás, a la vuelta del río, temblando bajo la luna llena, la grandiosidad derruida del manicomio.

Me fui como la polilla al fuego. Entré al museo de Open Door. Abrí unos libros viejos y, ahí nomás, los encontré. Miles de ojos de loco, algunos desaforados, otros melancólicos, me miraron desde las fotos centenarias.

Pero los reportes a pluma y tintero fueron peores. Describen una ciudad fabulosa, poblada, en su momento de gloria, por tres mil hombres aguerridos. Una especie de Troya resistiendo el asedio de todos los monstruos del infierno. Solo que aquí cada alma libra su batalla en soledad.

Así, por ejemplo, un alma sola enfrenta a las ánimas que la persiguen. Cada vez que la atrapan, le abren el cuerpo con instrumentos punzantes. Lo someten a operaciones de finalidad desconocida.
Otra alma sola enfrenta a las brujas. Ellas se apoderaron de sus pies. Le clavan agujas para que no pueda huir.
Otra alma bebe su vaso de leche con vidrio molido, y sospecha, sospecha, sospecha...
Otra soporta las descargas eléctricas que recibe en la sagre.

Y al fondo, apartada, un alma especialmente grandilocuente, sufre en silencio. Ha sido presidente de la República. Derrotó a Napoleón en Waterloo. La Colonia de Alienados es su propiedad. Son suyas las 240 hectáreas, los pabellones señoriales, las fuentes y la trocha angosta que lo comunica todo. Tiene millones de lingotes de oro enterrados bajo la cocecha de zapallos. También le pertenecen los viveros de orquídeas, rosas y jazmines, cuya producción se envía al dormitorio donde agoniza Evita.


Ese alma, rica y heróica, ya pertenece a la Historia grande. Y sin embargo debe callar. Está acorralada por una banda de estafadores. Pretenden hacerlo pasar por loco y usurpar su herencia. Y como si eso fuera poco, fingen que su magnífica Colonia es un loquero.


A mí, como al Coronel, todo me hace falta. Pero sospecho alguna disfunción en ese asunto.
Por ejemplo, hace poco me hizo falta una partida de nacimiento. La necesitaba para cobrar un dinero extra que, confesémoslo, bastante falta me hubiera hecho.
Llamé urgente a casa. Mi madre, para evitar demoras, le entregó el amarillento papelucho a un viejo amigo de la casa que viajaba. El amigo, llamémosle Job, me llamó en cuanto llegó a Buenos Aires. Pero todavía no sabía dónde se instalaría.
- Quedate tranquilo -dije con dulzura-. Instaláte y después me lo alcanzás...
Volvió a llamar una semana más tarde. Estaba enloquecido con su nuevo trabajo, todavía no había podido encontrar departamento.
- ¿Dónde estás? -pregunté-. Yo lo voy a buscar...
- ¡No, no, no! Esta semana sin falta te lo llevo... y de paso nos vemos...
- Bueno, muy bien... -dije con infinita paciencia.
Diez días después llamó acongojado:
- ¡Qué vida de mierda! ¡Mañana te lo llevo, te lo juro!
- Está bien, está bien, no te pongas así... -reiteré yo, con ardiente paciencia.
Al fin, una semana más tarde, sonó el timbre.
- Disculpame la demora... -se excusó Job.
- No te hagas ningun problema... -respondí yo con amabilidad.
Y ardiendo de paciencia, tomé el papel de sus manos. Serví un cafe y contemplé a Job con afecto mientras rasgaba la partida en pequeños pedazos. Suavemente, trozo tras trozo, fui metiéndomelos en la boca. Mastiqué con calma, sobriamente, hasta tragarme el último milímetro de papel con una cálida sonrisa ardiente.

Capitulación


- Yo la quería, nos llevababamos bien -protestaba Antonio al borde de las lágrimas-: Teníamos una relación normal...
Y el bicho muerto coreaba en mi oído:
- Una relación normal... ¿qué tiene de interesante eso?
- No sé porqué me dejó. Yo pensé que nos íbamos a casar. No es que se lo hubiera propuesto, pero viste, la corriente te lleva. No entiendo qué pasó...
- Ahhhh... ¡un apasionado! ¡todo un aventurero! -se burlaba el bicho de fondo, como le gusta hacer a él cuando está tranquilo.
Antonio siguió:
- Y ahora me convertí en este ser miserable que soy.
- Bueno, la hora de la verdad: ¡el miserable descubrió su miseria! -rió el bicho.
- Soy una largartija. Ayer me lastimé las manos, rompí el pantalón, no me importó nada. Me pasé una hora entera colgado de una rama de un árbol espiándola mientras se depilaba. Masturbándome...
- Glup... -el bicho hizo un silencio intenso.
- He llegado al colmo de la indignidad. Ni siquiera borracho puedo mirarme al espejo. Pero no puedo parar. Acecho el momento en que va a estar con otro... ¡Eso es lo mejor!
- Glup... -el silencio del bicho muerto se sentía como un extraño vacío.
- Ya ni se trata de ella. También he trepado techos para espiar a otras. Me van a hechar del trabajo, ya me avisaron. A veces llego en un estado lamentable. Que hagan lo quieran. Yo he descubierto el cielo y no voy a volver atrás.
- Glup... -el bicho muerto, por primera vez en la historia sonó apabullado-: Caramba, ahora sí que me toca tragarme mis palabras... una por una... Varios tomos me voy a tener que tragar...

"sesenta mil años luz parecen menos lejanos hoy..."

Cptan. K. Janeway
USS Voyager















Toc-toc
Toc-toc
Toc-toc






Y dale con la cantinela...


Dicen de esa mujer que se suicidó porque nadie la quiso. Hmmmm...

Carmela decidió salir el sábado por la noche, después de años de encierro. Nada espectacular. A tomar unas cervezas con compañeras de trabajo. Volvió a las dos de la mañana, contenta. El aire nocturno siempre tiene un efecto liberador.

Lo primero que vio al entrar fue la lucecita intermitente del contestador automático. Se acercó casi con sigilo. No había estado fuera más de cuatro horas. El display indicaba dieciseis mensajes. El identificador en cambio registraba treinta y cuatro llamadas. Todas del mismo origen.

Carmela era una mujer práctica. Salió al balcón y se tiró.

Todos los hombres son mortales. Lástima que nadie lo recuerda a tiempo.

Hubo un error de seguridad. Fuga de información. Y de pronto me encuentro con un simpático comedido preguntándome:
- ¿Porqué perdés el tiempo con ese blog? Seguro que estás llenando algún vacío en tu vida con eso...
Ayyyyy..... Diooooosssss.....
Sin embargo, hice un alarde de socialización y respondí en el estilo Border:
- No sé... En mi vida, la verdad, no hay un vacío: hay un agujero del tamaño del mar muerto...
El sujeto me sonrió con solvencia, y se dispuso recetarme un poco de su sabio sentido común:
- No vas a conseguir nada con eso. ¿Porqué no te enfocás mejor en lo que te falta para tener una vida plena?
No sé porqué razón mi humor en ese momento era espléndido:
- Te voy explicar -dije-. Yo llevo una cuenta muy exacta. En este momento hace ocho días que absolutamente ninguna voz humana se dirige a mí sin incluir un pedido. A veces dulcemente, a modo de propuestas o sugerencias. A veces más descarnadamente: reclamos o exigencias. Pero es igual... ¿Te das cuenta?: ¡Una semana y contando!
El sujeto frunció la nariz, percibiendo que algo no funcionaba, pero todavía dispuesto a guiarme en la vida, empezó a hablar.
- ¿Entendes lo que te expliqué? -lo interrumpí-. ¿Entendiste porqué llevo ese blog?
Se río con una risa vacía, más hueca que una caverna.



- Atroz, atroz, atroz... -dijo él.

Y cada uno de esos atroz sonó
como si me diera vuelta la cara de una cachetada.

- Yo soy atroz, vos sos atroz.. ¡Lo que dijiste fue atroz! -siguió él.

Me lo merezco, sin duda -pensé.
Me he ganado cada una de esas cachetadas- pensé.

Y lo pensé henchida de orgullo.

Silencio.
Mi noviecito de séptimo grado ha muerto.

En fin... Uno se pone taciturno.



Y se empieza a preguntar pelotudeces. Como por ejemplo: ¿ese tipo habrá dejado alguna marca fuera del corazón de su mamá?

Jejé...

Por lo menos, señores, el Carlitos estaba loco como un plumero.

Tenía la boca deformada, secuela de uno de sus ataques de rabia. Llevaba cinco cirugías restitutivas, y todavía faltaban un par.

Fue una vez que se peleó con los padres. Se metió bajo el escritorio y se puso el cable de la lámpara entre los dientes. Mientras lo llamaban desesperados, él, con toda la bronca, sin dudarlo un instante, mordió el cable.

¡Grande, Carlitos!

Re-freudiano


"Los sueños son realizaciones encubiertas de deseos.."
leí anoche.

Bostecé y me quedé dormida.

Soñé que un viejo deseo se realizaba.

Era muy agradable.

Hasta que una voz me interrumpió:


- "¡Qué pesada! ¿Para qué seguís deseando este deseo que ya realizamos como veinte veces?"

Yo chillé:

- "¡¿Cómo que se realizó?! ¡¿Cuándo se realizó?!"