Sábado por la tarde:
Una llamada telefónica me inoculó en el lóbulo de la oreja un veneno lento y angustioso.

Sábado por la noche: Demasiada gente en casa. Demasiados platos en la mesa. Incluso demasiada paciencia para conmigo, que me quedé mirando la copa de vino en un estado tan, pero tan carente.

Sábado por la madrugada: Capítulo 2 de "La balada del Verdugo". El tío Lee hace que Nicole lo toque en la oscuridad. La pequeña ni siquiera sabe a ciencia cierta lo que está tocando. No sé qué mierda significa eso. No significa nada de nada, en realidad. Sin embargo el aire parece aceite. Y yo no quiero respirar aceite.

Me parece que voy a gritar.


Hay cosas de cuando era chica que no recuerdo como yo, sino como si fuera otra. Por ejemplo, veo a una niña rumiando el enigma de los bebés. ¿De dónde vienen?, ¿cómo se hacen?, ¿por dónde nacen? Sé lo que está pensando porque soy yo, pero la veo ahí, como si la estuviera espiando.

Ella pasa el dedo por el lomo de un libro y mira culpable hacia la puerta. Allí está la respuesta a todos los misterios: el libro de Obstetricia. Toma coraje y se roba el mamotreto de 4.000 paginas cosidas. Huye y se esconde como si llevara la fruta prohiba, las reliquias de San Anselmo o las obras completas del Marques de Sade. Abre la tapa del misterioso universo de los bebés.

El libro ilustra sus secretos con fotos en blanco y negro. Primeros planos de episiotomías. Placentas chorreantes. Cordones de carne resbalosa. Detalles de instrumental quirúrgico. Agujas curvas de sutura rebalando entre los guantes y la piel. Pinzas dentadas. Y pequeños cráneos peludos, estirados por los fórceps como si fueran chicle.

No tengo un mango partido por la mitad y me duele la cabeza. Ni ganas de tomarme una aspirina tengo.

Ayer estuve repasando los últimos meses de este blog: salvando un par de suspiros, una porquería.

Ah, pero eso sí, tengo una cantidad de feas sospechas haciendo cola para el baile de graduación. Esto no va a mejorar.

Marcha del orgullo


Sábado por la tarde. Cielo cubierto. Un querido amigo y su novio me arrastraron a la marcha del orgullo gay en Buenos Aires. Creo que estoy desactualizada: el orgullo GLTTBI.

Unas margaritas de papel, muy desprolijas, adornaban los camiones sobre los que bailaban los orgullosos. Lesbianas orgullosas de sus panzas rollizas. Travestis morochones orgullosos de sus tetas o sus novios. Franeleos orgullosos. Orgullosas fantasias de monjas con látigos. Había algo fabuloso en eso. Algo poderoso.

Alrededor, claro, la muchedumbre de gays y lesbianas que creen en la felicidad straight, disfrazados de gente normal. Tradicionalistas, monogámicos, que quieren casarse, heredar y tener hijos. Quieren volver y descansar, al fin, en la vieja rutina familiar.

Entre los jacarandá florecidos todo tenía el aspecto cansado de la fiesta de pueblo. Algunos tocados empezaban a caerse. Los tacos talle 43 se rompían con facilidad. La Mujer Maravilla estrenaba una tanga que revelaba una afeitada de dos días entre las piernas. Cada tanto caían unas gotas del cielo.

En el escenario hubo dos notas impagables: 1°) Un número de guachos maricas bailando el escondido: uyuyuyyy... 2°) Una pregunta estupenda: "¿Porqué el estado subsidia a la iglesia que nos ofende y nos insulta?" Sí, sí. Había algo poderoso en ese aquelarre desteñido.

Yo no creo en el orgullo. Sin embargo me quedé con la temperatura perfecta que flotaba sobre Avenida de Mayo. La lata de cerveza. El cielo que amenazaba tormentas. Y los viejos putos vestidos de novia que arrastraban sus largas colas de tul frente al tráfico detenido en la 9 de julio.

"Quite an experience to live in fear, isn’t it?
That’s what it is to be a slave"












Lo dice Roy, el replicante de Blade Runner, antes de morir. Pero podría haberlo dicho Mirna, una paranoica de carácter que tuve la breve fortuna de conocer.
Soy testigo: ella hizo todo lo humana e inhumanamente posible para librarse de las fuerzas malignas que le enajenaban el alma y el cuerpo. Llegó hasta la locura en su resistencia. Se hizo enormes cortes para ahuyentarlas de su cuerpo. Pasó cinco horas diarias en el gimnasio, a toda máquina, tratando de no pensar ni sentir. Hasta planeó secuestrar a un psiquiatra para obligarlo a liberarla. Nada funcionó.
Yo hubiera querido suplicarle que parara de una vez esa guerra. Que se dejara vencer, que se dejara hacer. Pero ella no era así. Era exigente. Un caballo que no se deja domar. Quería que eso la soltara ya mismo, y nada más.
Este último martes Mirna se plantó en el medio de las vías. Estoy segura de que lo planeó con cuidado. Imagino que miró al tren de frente y esperó el golpe con firmeza, sin mover un músculo.
Mis respetos, sombrero en mano, querida Mirna. El miedo te va a extrañar más que yo.

Paranoia

Borderline sigue buceando en las formas más frenéticas de la paranoia. Ahora le dió por Philip K Dick.
Pero ellos no son los únicos que están siendo observados por una naturaleza fría y venenosa. No, no, qué esperanza.
He aquí un modesto y delicioso aporte campestre de Simón Díaz:















"La luna me está mirando, yo no sé lo que me ve
Yo tengo la ropa limpia, ayer tarde la lavé

Ayer tarde la lavé."

Morbo


Lista de los más íntimos, los más fieles, inseparables a los que jamás nadie invitó a una boda:

La sangre
lo monstruoso
la muerte.
La descomposición de los cuerpos.
El dolor.
La locura y la crueldad.

Son de la casa. Sin embargo hay que mantenerlos fuera de las fiestas porque producen una fascinación enferma. Una especie de fiebre que corroe y deteriora. Algo que el Señor de la Mancha ha denominado aquí mismo –con corrección etimológica-: “morbo”.

Pero ojo, doctor, ojo con subestimar una enfermedad. Ojo con curarse del todo, que a lo mejor no hay otro motor para mover tanta montaña ni otro interés que nos diferencie de un mandril. Después de todo, se trata de rodar y rodar alrededor de lo incomprensible sin poder soltarlo. ¿Qué más se puede hacer que perseguir esas íntimas verdades que nos corroen desde adentro?

La Verdad tiene formas, tipos, definiciones variadas. Puede ser revelada o demostrada; mística, empírica o matemática. Pero hay algo que no cambia. La verdad siempre tiene un agujero. ¿Y qué quedará de nosotros el día que no seamos capaces de lanzarnos de cabeza al agujero?

Educativas II


Mientras su padre hablaba en la recepción del Sanatorio San Gabriel, el chico se quedó observando a través de la segunda puerta. Un hombre caminaba curiosamente torcido en el jardín interior. Parecía tener una bisagra en la columna. El sujeto lo vio y se le acercó a una velocidad increíble para su condición. Exhibía una sonrisa desdentada como un trofeo. Se detuvo a dos centímetros de su rostro y chilló:
- ¡Puto!
El chico se tambaleó golpeado por el chorro de saliva. Su padre lo tomó del brazo y lo arrastró por el pasillo hacia otro ala del edificio. Allí ingresaron a un jardín diferente. Un lugar verdaderamente demencial. Un jardín de infantes deformes.
El chico caminó anonadado, siguiendo a su padre a través de la galería de monstruosidades que jugueteaban bajo los árboles, en sus sillas de ruedas, con sus lenguas colgantes. Llegaron hasta el banco donde estaban sus tíos. Entre ambos sostenían una cabeza bamboleante que parecía a punto de rodar por el piso.
Se negó a acercarse. No quería ver a esa niña en particular, en brazos de su familia. Para evitarlo fijó la vista en un animalito absurdo, apenas humano, repleto de vello en todo el cuerpo excepto la cabeza, que balanceaba sus rasgos de caballo sobre los pañales mientras mordía un chupete. Al fin bajó los ojos y supo que debía mantenerlos pegados al suelo.
Pero ya era tarde. Había visto demasiado. El Sanatorio San Gabriel le había revelado en dos minutos su futura religión. La diletante fantasía de Dios, expuesta sin misericordia en aquella galería de niños-monstruos, sería su culto. Las imaginaciones más desopilantes, y nada más.

addenda parisina

Vencida la sucia euforia incendiaria, cabe reflexionar sobre los extraños placeres de la noche anterior.
Uno tiene derecho a sus momentos de debilidad, che, al fin y al cabo.
A gozar el raro placer de que se pierdan en el culo su pataflórico mayo francés, ahora, que la imaginación está en el poder y en ninguna otra parte.
Al frígido placer de observar el paraíso de las libertades individuales cocinándose en su propio caldo... Ah.... El mundo libre lleno de gente libre... Libres como psicóticos, libres como criminales. Montañas y montañas de miserables libres.




Oh la la, Paris



El noticiero me produjo una salvaje sensación de satisfacción. Además, unas respetables ganas cargar un bidón de kerosen y salir a quemar autos importados por las calles de Belgrano. Porque sí. Solo por verlos arder, gloriosa e inútilmente. Porque la visión del fuego es suntuosa. ¿O acaso se creen que los gustos suntuosos son solo suyos? ¿O se creen que tienen esos autos porque se los merecen?

Fin de semana.
Visita del padre de mi hija, granjero:
- La liquidamos a Ludmilla. Ahí les traje unos jamones.
- Dáselos a tu hija. Para mí no, que estoy a dieta.
- Jaja... ¿vos también? Yo estoy a lechuguita. Tengo alto el colesterol.
- ¿En serio? ¡Puta que estamos viejos! A mí me dan mal los trigliceridos.
Largo silencio acongojado.
Ruidito de bombilla.
El mate se terminó:
- Y bueno... En unos años nos juntamos a contarnos las operaciones.

el asombro

Algo así como una mano desconocida que se apoya sobre la nuca y calza, calza a la perfección.
Se desconoce si es una caricia, una estrangulación, o simplemente una mano que descanza. Eso no interesa.
La sensación de una mano que calza en la nuca. Eso es extranjerizante. Y nada más.

Educativas I

Los chicos ejercían una ciudadanía sin restricciones. Habían aprendido a sortear las presencias fantasmales de los adultos y completaban su liberación los domingos, cuando la casa de Ignacio quedaba vacía a su merced. Entonces, en terreno liberado, gozaban de total soberanía. Eran dueños de ahogarse en tabaco, tirarse pedos o jugar a la ruleta rusa. Pero todo el asunto se acabó de pronto, un domingo, cuando vieron pasar una enorme rata gris.

Le tiraron piedras para alejarla. La rata cambió de rumbo a tontas y ciegas, y se metió en el pasillo del lavadero resbalando sobre las baldosas blancas. Los chicos la siguieron a la carrera, hasta que la vieron arrinconada al fondo del pasillo. Frenaron patinando frente al animal, cortándole el retorno. Todos quedaron inmóviles, tensos y expectantes.

- ¿Y ahora qué hacemos? –susurró Ignacio.

A la derecha de Wilfredo había una prolija pila de ladrillos remanentes de la construcción. Wilfredo estiró la mano y alcanzó algunos a sus compañeros. Adelantó una pierna con sigilo y lanzó el primer ladrillazo. La rata chilló. Intentó trepar arañando los azulejos. El segundo ladrillazo produjo un ruido sordo al pegar contra el cuerpo blando y peludo. Entonces los chicos gritaron y empezaron a tirar ladrillos como una tribu de salvajes.

Después se detuvieron, sincronizadamente, bajo la resolana de la siesta. De la rata no quedaban más que unos mechones de carne sanguinolenta esparcida entre escombros. Se hizo un largo silencio. Ignacio se aferró el estómago y se dobló en dos. Hizo una arcada. Giró y salió corriendo a toda velocidad.

A la madrugada fue devuelto por la policía. Volvió sucio y silencioso, sin un gramo de ciudadanía en el cuerpo. Un nuevo fantasma en la tierra. Un condenado más.

Los hombres siempre ha sido dulces y gentiles conmigo. Tampoco se puede pretender que inventen la pólvora cada día.
Hace un tiempo, un experto piropeador cordobés me dijo en la calle:
- "¡Mamita, qué ojeras que tenés! ¡Vení que te hago dos pares más!"
Me alegró haberme cruzado con tamaño genio. Pero creo que no terminé de captar la idea hasta este domingo, cuando un vecino, amabilísimo, me dijo:
- "Tiene lindos pies, Doctora..."
Ya no quedan toallones en la casa. Voy a tener que parar de llorar.

reporte en vivo

01/11/05 - 00:30 h.
No hace más de diez minutos me despertó un bombardeo ensordecedor. No estaba soñando. No reencarné en Irak. Esto es la Boca, señoras y señores, y el mundo se cayó fugazmente en pedazos.
Me levanté asustada. Me golpeé la rodilla en la oscuridad. Abrí la puerta del patio y vi mis propias manos teñidas por una luminosidad verde atómica. La ligera euforia de lo anómalo se apoderó de mí. Salí.
No tengo idea de qué celebramos, pero el cielo reventaba de fuegos artificiales.
Mientras, mi hija lloraba desconsolada, prendida de mi pierna como una garrapata.
- No pasa nada, corazón. Es un festejo...
- ¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!
- No, no te asustes. Mirá qué lindas bengalas...
- ¡No quiero ver! ¡No quiero ver!