addenda parisina

Vencida la sucia euforia incendiaria, cabe reflexionar sobre los extraños placeres de la noche anterior.
Uno tiene derecho a sus momentos de debilidad, che, al fin y al cabo.
A gozar el raro placer de que se pierdan en el culo su pataflórico mayo francés, ahora, que la imaginación está en el poder y en ninguna otra parte.
Al frígido placer de observar el paraíso de las libertades individuales cocinándose en su propio caldo... Ah.... El mundo libre lleno de gente libre... Libres como psicóticos, libres como criminales. Montañas y montañas de miserables libres.




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