Marcha del orgullo


Sábado por la tarde. Cielo cubierto. Un querido amigo y su novio me arrastraron a la marcha del orgullo gay en Buenos Aires. Creo que estoy desactualizada: el orgullo GLTTBI.

Unas margaritas de papel, muy desprolijas, adornaban los camiones sobre los que bailaban los orgullosos. Lesbianas orgullosas de sus panzas rollizas. Travestis morochones orgullosos de sus tetas o sus novios. Franeleos orgullosos. Orgullosas fantasias de monjas con látigos. Había algo fabuloso en eso. Algo poderoso.

Alrededor, claro, la muchedumbre de gays y lesbianas que creen en la felicidad straight, disfrazados de gente normal. Tradicionalistas, monogámicos, que quieren casarse, heredar y tener hijos. Quieren volver y descansar, al fin, en la vieja rutina familiar.

Entre los jacarandá florecidos todo tenía el aspecto cansado de la fiesta de pueblo. Algunos tocados empezaban a caerse. Los tacos talle 43 se rompían con facilidad. La Mujer Maravilla estrenaba una tanga que revelaba una afeitada de dos días entre las piernas. Cada tanto caían unas gotas del cielo.

En el escenario hubo dos notas impagables: 1°) Un número de guachos maricas bailando el escondido: uyuyuyyy... 2°) Una pregunta estupenda: "¿Porqué el estado subsidia a la iglesia que nos ofende y nos insulta?" Sí, sí. Había algo poderoso en ese aquelarre desteñido.

Yo no creo en el orgullo. Sin embargo me quedé con la temperatura perfecta que flotaba sobre Avenida de Mayo. La lata de cerveza. El cielo que amenazaba tormentas. Y los viejos putos vestidos de novia que arrastraban sus largas colas de tul frente al tráfico detenido en la 9 de julio.

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