Pasé la mitad de la noche retorciéndome como un perro en la sala de una guardia. Las palabras tranquilizadoras y optimistas no me calmaban. No tenía miedo, tenía rabia. Me negaba a ceder ante un cuerpo insubordinado.

Llegué a casa a la madrugada, bajo la lluvia, apaleada. Me cobijé con un café, un libro de Kenzaburo Oé, y su maldito bebé de cabeza deforme. El viejo dilema de Kenzaburo me absorvió como un agujero negro. Si no le extirpan un trozo de cabeza el bebé morirá. Si se la extirpan habrá que regarlo como a un potus. El pobre padre borracho, se enreda con una línea de Blake: "Mejor asesinar un bebé que alentar deseos irrealizados".

Respiré hondo, levanté la vista del libro y me percaté de que el japonés hijo de puta se dirigía a mí de un modo muy personal. Me interrogaba, me exigía una respuesta. Tuve que arrastrarme hasta el comedor a buscar un whisky, repitiendo la frase con incomodidad: "Mejor asesinar un bebé que alentar deseos irrealizados". Algo me confundía.
Necesité dos tragos para elevar al fin el dedo medio y hacerle fuckyou a Kenzaburo con su dilemita:
- ¿Qué puta diferencia hay entre un bebé muerto y un deseo irrealizado? -le chillé a la pared.

Creo que un par de páginas más adelante el japonés llegaba a una conclusión parecida. Aunque no estoy segura. Ya no me importaba nada.

0 comentarios: