El domingo a la mañanita estaba tomando unos mates cuando sonó inopinadamente el timbre. Era Pepe. Bajé a abrirle, pero me olvidé la llave. Lo ví del otro lado del vidrio abriendo los brazos y gesticulando de modo extraño bajo la tonelada de cosas que cargaba. Volví a subir a buscar la llave.

Cuando llegué por segunda vez al palier, Pepe hizo un gesto más claro: juntó las manos como rogando. Abrí la puerta y lo saludé. Se me quedó mirando tan significativamente que me desconcertó. Al fin, impaciente, me señaló sus pertenencias.
- ¿Notaste que vengo con el bolso? -preguntó.
- ¡Ah! ¡Empezaste el gimnasio! -contesté-. ¡Te felicito!
Pepe se quedó inmóvil en el palier, rascandose la frente con agotamiento.
- Me echaron de casa, Kaiten, y la pu-ta-que-te-re-pa-rió.

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