Me desperté sin razón. La habitación estaba oscura, yo bien abrigada. Afuera se oía el viento suave y helado de la madrugada. Y de pronto tuve miedo. Un miedo violento e inexplicable.

Pasé horas acurrucada, intentando descifrar los extraños sonidos que acechaban alrededor de las paredes. Oí balazos distantes. Oí el llanto de un bebé. Oí voces de vampiros conspirando.

Ya a punto de gritar pregunté: por dios, qué me pasa. Me tapé la boca. Había recordado de repente que no estaba sola. Al otro lado de la cama, en la oscuridad, había un hombre durmiendo. Recién entonces reconocí el sonido de su respiración entre los demás sonidos. El viento rodó por los techos haciendo un ruidito burlón. Un suspiro me abandonó. El enigma estaba resuelto.

Pasé el resto de la noche acurrucada, absorta, oyendo el monótono clap -clap de una puerta que se golpeaba a lo lejos. No significaba nada.

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