El Negro pasó por la misma pesadilla miles de veces y siempre lo agarra de sorpresa. Está parado en un tren, con la mirada perdida en la ventanilla y de pronto su cuerpo se larga a correr. Es una cosa muy rara, porque él se ve correr por el vagón. Se da cuenta de que hay algo equivocado en esa visión de su propia espalda que se aleja y lo deja rápidamente atrás. Se agita en el asiento, pero no se puede mover. Se desespera por alcanzar su cuerpo. Sabe que si se aleja unos metros más, se encontrará a sí mismo sin piernas o sin brazos o estómago. A lo mejor ya ni siquiera tiene ojos para ver esa estrambótica perspectiva de su espalda corriendo. Entonces se despierta boqueando como un pescado en la arena.

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