Y hablando de grandes pensadores, el último taxista que me tocó me dejó deslumbrada.
El tipo escuchó no sé qué en la radio y se sulfuró:
- ¿Lo escuchó? -me increpó indignado- ¡Ese negro pelo duro, ¿qué tiene que opinar?! Acá cualquiera opina... ¿A usted le parece? ¡Opina cualquiera!
Yo me encogí de hombros, divertida, y le contesté:
- Y sí... cualquiera puede opinar... Pero eso se supone que está bien, ¿o no?
- ¡Ah, no! -se enojó-: ¡Pero no es así! Porque cuando uno quiere opinar: ¡lo tratan de opositor!!!
Le compuse mi mejor cara de desorientada:
- Y sí... Hay oficialistas y hay opositores... claro... ¿No se supone que es así?
El tipo ya no cabía en el asiento de la bronca:
- ¡Pero cuando te dicen opositor, te lo dicen mal! ¡Te lo dicen como si estuvieran en contra de que vos seas opositor!
Por fin comprendí que sus argumentos eran demasiado elevados para mí. Le dí la razón antes de que se estrellara.

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