Hace 200 años, en un rincón helado de Copenhague, un hombre joven se hacía pasar por otro y pensaba, a la luz de los candelabros, en el pecado original.

Hay una angustia desparramada por la creación, pensaba.

Pero la angustia no es parte de la creación, se produjo cuando vino a reflejarse sobre ella una luz muy distinta.

¿En qué sentido la creación se hundió en la ruina con el pecado de Adán?, se preguntaba.

¿De qué manera la libertad proyectó un reflejo de posibilidad, un temblor de coparticipación sobre las criaturas?

Esa noche, estoy segura, las lámparas vacilaron en todo Copenhague.



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