Cuando supo que su amante estaba embarazada, Moyano la instaló en un departamento discreto en la provincia, donde la iba a ver todos los fines de semana. Al mismo tiempo empezó a tener el impulso de hablar sinceramente con su mujer oficial.

Una noche destapó un buen vino, la llevó al balcón y dijo mirando el horizonte oscuro:

- Ultimamente he estado pensando mucho en un kamikaze. No en los kamikazes en general sino en uno en particular. Pienso en toda la preparación, la tensión, la solemnidad con que se decide a morir por algo. Me imagino con lujo de detalles todo lo que ese hombre piensa y siente antes de lanzarse contra el barco enemigo...

- Qué pensamiento terrible... -dijo ella.

- No, esa parte no es terrible. Lo terrible viene después. Porque no me puedo sacar de la cabeza la idea de que ese kamikaze yerra el blanco y se hace picadillo dos metros más allá, sin hacerle ni raspón al barco. No sé porqué no me puedo sacar esa idea de la cabeza... No me deja dormir...

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