Fui a un masajista chino. Mientras yacía boca abajo, rebalosa como masa para pizza, pensaba que para vivir bien habría que secuestrar un chino y convertirlo en esclavo.

Sin embargo el chino interrumpía mis malévolos planes con consejos sobre comida sana y actividad física. Decidí que cuando tenga un esclavo chino le haré cortar la lengua. Ah... la felicidad...



Me voy a internar en la jungla hospitalaria un par de días. Los dejo con una gloriosa recomendación: Patida casera de poker, vermuth con papas fritas y good show! Si no vuelvo apuesten unos fideos por mí.

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