Vejaciones

Después de su entierro abrieron su habitación. Nadie había entrado allí en veintisiete años. Los amigos irrumpieron en banda, acongojados, buscando vaya a saber qué. Qué amigos de mierda. Deberían haber prendido fuego al edificio desde afuera. No se puede abusar así de la tristeza.

Encontraron un lienzo al óleo, pintado décadas atrás por la única mujer que tuvo fugazmente. Ahí estaban también todas y cada una de las putas cartas. Las cartas viejas pesan como montañas de basura. Nunca, jamás se vuelve a tener paz.

Los fisgones quedaron azorados frente a una colección de más de cien paraguas sin estrenar. No sé de qué se sorprendían. Hasta yo he escuchado los pasos de Erik empapado por una lluvia tan finita que penetraba entre las suturas del cráneo. Lo he escuchado, y no era Montmartre.

La habitación estaba llena de papeles tirados por los rincones. Los revisaron uno a uno, sin piedad. Bajo la cómoda encontraron las Vejaciones que él juraba haber perdido. Los amigos profanadores también encontraron, asombrados, una enorme cantidad de polvo y telarañas sobre el piano. Entonces los tarados comprendieron. Hacía años que Erik Satie no usaba el piano para componer.

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