Me perdió Luján. Un pueblo de mierda, con una basílica de mierda... y ahí nomás, a la vuelta del río, temblando bajo la luna llena, la grandiosidad derruida del manicomio.
Me fui como la polilla al fuego. Entré al museo de Open Door. Abrí unos libros viejos y, ahí nomás, los encontré. Miles de ojos de loco, algunos desaforados, otros melancólicos, me miraron desde las fotos centenarias.
Pero los reportes a pluma y tintero fueron peores. Describen una ciudad fabulosa, poblada, en su momento de gloria, por tres mil hombres aguerridos. Una especie de Troya resistiendo el asedio de todos los monstruos del infierno. Solo que aquí cada alma libra su batalla en soledad.
Así, por ejemplo, un alma sola enfrenta a las ánimas que la persiguen. Cada vez que la atrapan, le abren el cuerpo con instrumentos punzantes. Lo someten a operaciones de finalidad desconocida.
Otra alma sola enfrenta a las brujas. Ellas se apoderaron de sus pies. Le clavan agujas para que no pueda huir.
Otra alma bebe su vaso de leche con vidrio molido, y sospecha, sospecha, sospecha...
Otra soporta las descargas eléctricas que recibe en la sagre.
Y al fondo, apartada, un alma especialmente grandilocuente, sufre en silencio. Ha sido presidente de la República. Derrotó a Napoleón en Waterloo. La Colonia de Alienados es su propiedad. Son suyas las 240 hectáreas, los pabellones señoriales, las fuentes y la trocha angosta que lo comunica todo. Tiene millones de lingotes de oro enterrados bajo la cocecha de zapallos. También le pertenecen los viveros de orquídeas, rosas y jazmines, cuya producción se envía al dormitorio donde agoniza Evita.
Ese alma, rica y heróica, ya pertenece a la Historia grande. Y sin embargo debe callar. Está acorralada por una banda de estafadores. Pretenden hacerlo pasar por loco y usurpar su herencia. Y como si eso fuera poco, fingen que su magnífica Colonia es un loquero.
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