A mí, como al Coronel, todo me hace falta. Pero sospecho alguna disfunción en ese asunto.
Por ejemplo, hace poco me hizo falta una partida de nacimiento. La necesitaba para cobrar un dinero extra que, confesémoslo, bastante falta me hubiera hecho.
Llamé urgente a casa. Mi madre, para evitar demoras, le entregó el amarillento papelucho a un viejo amigo de la casa que viajaba. El amigo, llamémosle Job, me llamó en cuanto llegó a Buenos Aires. Pero todavía no sabía dónde se instalaría.
- Quedate tranquilo -dije con dulzura-. Instaláte y después me lo alcanzás...
Volvió a llamar una semana más tarde. Estaba enloquecido con su nuevo trabajo, todavía no había podido encontrar departamento.
- ¿Dónde estás? -pregunté-. Yo lo voy a buscar...
- ¡No, no, no! Esta semana sin falta te lo llevo... y de paso nos vemos...
- Bueno, muy bien... -dije con infinita paciencia.
Diez días después llamó acongojado:
- ¡Qué vida de mierda! ¡Mañana te lo llevo, te lo juro!
- Está bien, está bien, no te pongas así... -reiteré yo, con ardiente paciencia.
Al fin, una semana más tarde, sonó el timbre.
- Disculpame la demora... -se excusó Job.
- No te hagas ningun problema... -respondí yo con amabilidad.
Y ardiendo de paciencia, tomé el papel de sus manos. Serví un cafe y contemplé a Job con afecto mientras rasgaba la partida en pequeños pedazos. Suavemente, trozo tras trozo, fui metiéndomelos en la boca. Mastiqué con calma, sobriamente, hasta tragarme el último milímetro de papel con una cálida sonrisa ardiente.

0 comentarios: