- Atroz, atroz, atroz... -dijo él.

Y cada uno de esos atroz sonó
como si me diera vuelta la cara de una cachetada.

- Yo soy atroz, vos sos atroz.. ¡Lo que dijiste fue atroz! -siguió él.

Me lo merezco, sin duda -pensé.
Me he ganado cada una de esas cachetadas- pensé.

Y lo pensé henchida de orgullo.

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