La tía Mildred se estaba sintiendo mal ultimamente así que cuando la invité a mi cumpleaños le dije: si tiene ganas va, sino yo la visito.
Pero esa noche mi abuela se encaprichó con que la cena no empezaba sin la tía Mildred. Le expliqué. Pero ella seguía encaprichada:
- ¿Acaso se va a sentir mejor en su casa? No, no y no. ¡No se cena sin la tía Mildred!
La llevé aparte y le respondí con voz suave:
- Este es mi cumpleaños y esta es mi casa. Mildred ni siquiera es pariente tuya. Así que no te metas. No te corresponde... ¡Y que ni se te ocurra llamarla para presionarla!
Cuarenta minutos después la tía Mildred entró por la puerta, despeinada y corriendo. Se deshizo en disculpas:
- ¡Ay, hija! ¡Mirá la hora qué es! Es que ya estaba en la cama cuando tu abuela llamó...
Miré a la abuela con asombro.
Vi una luz extraña fosforesciendo en sus ojos de nonagenaria. Se acercó y me susurró al oído:
- ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿A ver? ¿Vas a echar a tu abuelita anciana de tu cumpleaños?
Tenía una sonrisa aterradora.
El buen psicópata teje en la mecedora.
Publicadas por pequeño ofidio a la/s 11:07 p. m.
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