Una vez, por pura casualidad, me tocó presenciar el comienzo de una orgía. Llegué a contemplar algunas escenas triple X y me magrearon como en una visita higiénica en Devoto. Finalmente la cosa venía de revolear bragas y calzoncillos por los aires, estilo rodeo. En ese momento logré escurrirme hacia la calle –y la cosa no era tan fácil, eh, tuve que saltar por una ventana-.
No salí de ahí escandalizada ni indignada. Ni siquiera ruborizada. Me fui pateando latas con un aburrimiento mortal. Y con una idea fija: ¡Qué poca preocupación por la belleza!
Pero me parece que no me estoy expresando suficientemente. Digo qué poca preocupación por la belleza, en el sentido más bruto de la palabra. Por la palabra belleza en boca de una que no sabe por dónde se abren los envases de cosméticos. La belleza del autorretrato sin oreja de Van Gogh.
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