Mi abuelito tuvo una muerte infame. Agonizó durante tres meses, con un respirador, hemipléjico, esquelético, llagado. Y allí encontró la oportunidad –la única en su vida, quizas-, de dejar un recuerdo glorioso.
Los Residentes que lo atendían eran una horda de pedantes. Como ya estaba decidido que se moría, discutían sobre fútbol por encima de él y lo manipulaban sobre la cama como si fuera un florero. Y después fustigaban desde sus alturas morales a los familiares que no podían abandonar sus trabajos para cuidarlo durante meses.
La verdad, todos teníamos derecho a estrangularlos. Pero nadie supo hacer nada. Excepto el viejo moribundo.
Una tarde declararon que había entrado en coma. Cuando entramos a la habitación el viejo levantó la rodilla y la mano derecha. Se aferró a la abuela como una garrapata. Entreabrió los ojos -que no enfocaban-, y señaló la radio con el dedo índice. Al otro día el parte médico comunicó otra vez que estaba en coma. Y otra vez, durante la visita, el viejo hizo toda su rutina de mano y rodilla. No podíamos creer la facilidad con que entraba y salía del coma, pero al tercer día lo pescamos.
El viejo estaba como siempre, de la mano de su mujer y rodilla en alto, cuando se oyeron los pasos tras la cortina. Se desplomó en el acto como un saco de papas. No tuvo ninguna reacción durante la media hora que estuvieron manipulandolo como a un pollo deshuesado. Era muy impresionante. Realmente parecía un cadáver. Pero apenas se retiraron los médicos su boca se contrajo alrededor de los tubos, y levantó la rodilla.
El parte del día ratificó el estado de coma. Intentamos discutir, explicar lo que habíamos visto. Nos miraron con lástima: “Sí, a los familiares siempre les parece que reaccionan”, dijeron. Ya comenzábamos a indignarnos, cuando caímos estrepitosamente de la higuera. Entendimos el juego, y empezamos a divertirnos. Durante el último mes de agonía nos reímos hasta las lágrimas con los minusculos desaires del viejo desahuciado.
Después me enteré de que llegamos a ser famosos. En todo el hospital -y luego en otros hospitales-, se habló de la familia que se reunía a reíse a carcajadas alrededor de un viejo en coma.

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