Caminé por el patio, regando las plantas en la oscuridad, despacio y desequilibrada. Me movía más o menos como cuando cruzaba la pasarela de las vías con tacos de 15 cm. y un par de cervezas en la cabeza. Pero estaba en patas. Y había dejado el mate apoyado en la ventana. El viento caliente me chicoteaba la cara. Escuché a los gusanos que se revolvían atrapados en el barro de los geranios. Entendí de qué estaban hablando.
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