Llamó mamá:
- Hijo -dijo con una extraña emoción en la voz-: ¿No querés que te mande unos pesos?
- ¿Eh? ¿Para qué?
- No sé... Estaba pensando... A lo mejor estás necesitando...
- No, vieja. Vos no te preocupes. Si tengo problemas te llamo...
- ¿Estás seguro?
- ¿Y a vos qué te pasa hoy? –pregunto Eduardo alarmado. La actitud de su madre le empezó a parecer rara.
- Me da tanta pena, hijo –se le quebró la voz-. Estoy acá, pensando lo mal que te ha ido en la vida...
Eduardo tuvo un ataque de tos que lo dejó violeta. Algunas revistas se cayeron de la mesita. Cortó la comunicación y corrió a mirarse al espejo.
El mismo espejo que esta mañana reflejaba un tipo joven, inteligente, con un futuro por delante, ahora no mostraba nada. Nada de nada. Pasó una toalla por el vidrio para desempañarlo. Pero no mejoró gran cosa. Todo lo que alcanzó a ver fueron unos ojos de criatura desorientada bajo el vapor.
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