Sandra llegó veinte minutos tarde, corriendo por la avenida, y entró al bar gesticulando como un sordomudo.
El mozo se le plantó al lado de un modo tan categórico que logró una desaceleración muy similar a un aterrizaje sobre portaviones.
Sandra levantó la cabeza calmada y le preguntó:
- ¿Me queda tiempo para un café?
- Totalmente –respondió el mozo y se esfumó un segundo antes de que nosotros largáramos la carcajada.
- ¿De qué se ríen?
- ¡El caballero no sabe dónde y a qué hora nos esperan, Sandra! –intentamos explicarle, pero ella tenía la vista perdida:
- ¡Pero sabe qué responder! –decía alucinando-: ¡Un hombre que sabe qué responder!
La semana siguiente decidimos volver al bar del mozo sabio. Cuando se paró al lado de Carolina con la lapicera en la mano, ella lo miró a los ojos y le preguntó sin vacilar:
- ¿Qué quiero?
- Lemon pie –respondió él-. ¿Lo va acompañar con un café?
- Totalmente –respondió el mozo y se esfumó un segundo antes de que nosotros largáramos la carcajada.
- ¿De qué se ríen?
- ¡El caballero no sabe dónde y a qué hora nos esperan, Sandra! –intentamos explicarle, pero ella tenía la vista perdida:
- ¡Pero sabe qué responder! –decía alucinando-: ¡Un hombre que sabe qué responder!
La semana siguiente decidimos volver al bar del mozo sabio. Cuando se paró al lado de Carolina con la lapicera en la mano, ella lo miró a los ojos y le preguntó sin vacilar:
- ¿Qué quiero?
- Lemon pie –respondió él-. ¿Lo va acompañar con un café?
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