Era viernes. Hacía calor. Subí al taxi. Recordé que tengo que poner pantallas en las lámparas, pero, ¿qué me importan las pantallas? Subí las escalera de Florida con la lengua afuera. Pagué la nueva lectora de CDs maldiciendo la poderosa ingeniería de lo efímero. ¿Qué más da? En ese momento hubiera pagado lo que me pidieran por esa lectora. Esperaba con ardor que un chorrito de láser me rescatara de una semana escalofriantemente estúpida y vacía.
Por la noche abrí una cerveza y puse, por fin, buena música. Subí el volumen hasta ensordecerme. Y ahí estaba. Ahh... Al fin... Un alivio instantáneo me recorrió el cuerpo como el picotazo de una anguila. Las vértebras crujieron. Y aunque no creo en la resurrección de la carne, algunas vísceras volvieron a latir.
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