-¿Cómo andás? –pregunté por rutina.
-Estoy muy preocupada por una boludez que me pasó anoche... No vale la pena...
-¿Sí..?
-Me mintió. Estoy segura de que me mintió. Se lo noté en la voz... Y me pone muy loca, porque no entiendo porqué me mintió...
-Ah... Bueno... yo...
Ya éramos dos paraditas en el viento de la esquina. El aire helado y los cartoneros se movían alrededor como un mar agitado. Y Carolina siguió:
-Me usó una resma de papel. Yo sé que él la usó. Estuvo imprimiendo un proyecto en mi casa. La resma estaba al lado de la impresora. Cuando la necesité, lo llamé por teléfono. ¡Me contestó que él no la tocó! ¡Si hasta estaba el envase abollado en el suelo! ¿Porqué me lo niega? Estoy furiosa y desconcertada...
Intenté calentarme las manos con el aliento y no tragar el pelo que el viento me metía en la boca. No entendía bien qué hacíamos las dos clavadas como mariposas al poste de la esquina. Tampoco había adónde esconderse. Solo quedaba huir hacia adelante:
-Si él confesaba que la usó, vos lo ibas a putear, ¿no? –le pregunté.
-Y sí, claro... Tuve que salir a las 12 de la noche a comprar papel. ¡Claro que lo iba a putear! Pero tampoco lo iba a matar por eso... Yo tenía una confianza ciega con él, hasta le di una llave de mi casa... ¿Y ahora qué hago? ¡Cómo puede mentirme en la cara por tan poca cosa!
Suspiré en la oscuridad, casi avergonzada:
-Y bueno... Pobre viejo lobo... Yo me hago una idea. He estado ahí un par de veces...
-¿Ahí adónde? Explicame, por favor.
-Mirá Carolina, hay días que yo no me limitaría a mentirte a lo perro. Mataría a mi madre, descuartizaría niños, fusilaría a Teresa de Calcuta... No sé qué no haría con tal de no escuchar un solo reclamo más...
Carolina se quedó quieta en la esquina, mirándome con sus ojos miopes abiertos como latas de duraznos. Sabía que tenía que cerrar el pico, pero no pude:
-A veces no hay justicia que valga. Condenenmé a lo que quieran. Pero cueste lo que cueste y caiga quien caiga, yo me niego a escuchar un solo reproche más.
Entonces sí me callé la boca. Busqué con la mirada un taxi que me sacara de ahí. No había ninguno. Un crío mugriento salió del basural y pasó rajando en zigzag por el medio de la avenida. Otros tres lo perseguían.
-Gracias –dijo Carolina al fin-. No lo había pensado así... A lo mejor yo también me pongo un poco moralista.
Qué noche de mierda, pensé.
-Me sorprendiste -agregó-. Nunca te había imaginado a vos, así, como de...
-¿De qué? –pregunté con repentina arrogancia.
-No sé... así... Como de segunda selección...
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