Todos los costes de la investigación, juicio y ejecución recaían sobre los acusados o sus familias. Las dietas de los detectives contratados para espiar a la bruja potencial, el vino para los centinelas, los banquetes para los jueces, los gastos de viaje para traer un torturador más experimentado de otra ciudad -si es que la bruja no confesaba-, y los haces de leña, el alquitrán y la cuerda del verdugo. Además, cada miembro del tribunal cobraba una gratificación por bruja quemada.
Sin embargo, al final del proceso se podían esperar dos formas de clemencia. Si el verdugo era misericordioso, podía ahorcar a la bruja antes de encender la leña, o bien, colgarle un saco de pólvora al cuello.
- ¡Me dicen bruja, me dicen puta, me dicen loca! Pero vieja: ¡Nunca!
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