En casa hay una pecera donde boya una esponja verde con un aireador fallado. Allí fue a parar por accidente una "pescadita" diminuta llamada Violeta.
La pobre Violeta está sometida a un régimen de alimentación un poco irregular -léase: nunca nadie recuerda si le dio de comer en la última semana-. Pero el hambre la fuerza a superarse días a día.
Al principio se desplazaba a toda velocidad por la pecera y se pegaba al vidrio, propiamente suplicante. Como tamaño de despliegue de comunicación interespecífica no alcanzó, empezó a abrir y cerrar desmesuradamente la boca dirigiéndose a cualquier ser humano presente.
Juro que al verla hacer eso pensé que en cualquier momento aprendía a hablar. Pero Violeta superó mis expectativas. Ayer, sin querer, la descubrí succionando meticulosamente el dedo índice de Juancho.
Parecerá una tontería, pero la escena me perturbó. No entendí quién estaba corrompiendo a quién.

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