Ascetismo



Las palabras a veces me abandonan. Me largan, descalza y hambrienta, a recorrer el monte masticando bayas en una pobreza franciscana.
Me sucedió, sin ir más lejos, la madrugada de ayer. Justo cuando la noche se ponía lujuriosa y comenzaba a sonar con matices de contrabajo. Y yo no tenía una sola maldita palabra a la altura de las circunstancias.
El abandono me inquietó. Me sentí como un sordomudo que acabara de quedarse manco. Como si toda la lengua castellana se hundiera en el Atlántico. Y me desvelé.
Tuve que caminar en círculos por la casa, descalza y miserable. A falta de palabras encontré, al menos, un frasco de aceitunas. Las mordí lentamente, meditabunda, sentada a lo indio en la cama desarmada. Pero no alcanzó.
Entonces me levanté con un insomnio desesperado. Intenté capturar aunque más no fuera una vaga evocación. No sé porqué pensé en un barco escorado, la madera crujiente bajo las estrellas, hundiéndose sin ruido en el mar más sereno y cálido del mundo...
¡Ah, no..!, grité en la oscuridad: ¡Más metáforas marítimas, no! Protesté y maldije.
Medio loca y ya vencida, me lancé otra vez a la cama con el frasco de aceitunas. Entonces, de pronto, el sueño me tumbó boca abajo. Me dormí sin siquiera alcanzar una manta.
Había encontrado, al fin, la gloria de renunciar a todo al borde de la cama. La santísima gloria del asceta en la renuncia. La gloria de callarse la boca de una buena vez.
Sí, ya lo sé... ¡Qué mujer insoportable debo de ser!

Posted by Hello

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