Esta mañana me levanté con una resaca gloriosa. Miré la casa pensando que alguien había iniciado la demolición sin avisarme. Me encogí de hombros. Quince botellas más o menos sobre la mesa ya no me perturban.
Sin embargo, mientras me tomaba unos mates tiritando al lado de la hornalla, me golpeó este dolor de mierda. Por un momento me retorció. Después, a fuerza de respirar y sujetarme al quemador encendido, pasó.
No es razonable, pensé. De ninguna manera. ¿Cómo carajo puede doler así un deseo? ¿Qué clase de tejido cretino se cree injuriado? ¿Y porqué se pone a chillar a causa de un miserable deseo?
Y además: ¿deseo de qué?
Mientras me vendaba la mano quemada me acordé de ayer.
Por la noche llegó un mail de Juan con una noticia de porquería. El cáncer ya está esparcido y no es operable. “De algo hay que morir”, decía él con toda sobriedad. “Pude ser un año, dos, no se sabe. Después de todo, por más saludable que esté, ¿quién sabe si va a vivir dos años más?”
Devagar é que não se vai longe... Cómo me gusta esa sentencia: Despacio no se va lejos.
Me tomé otro mate tratando de contener la urgencia de perro alzado que me asaltaba. Al mismo tiempo me doblé en el respaldo de la silla resistiendo una nueva punzada de dolor.
Doloroso
Publicadas por pequeño ofidio a la/s 7:25 p. m.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario