A la busca de algún alivio para el sabor a fuego que me había quedado en la boca, salí con unas amigas. Fuimos a uno de esos extravagantes pubs porteños, con almohadones en el suelo y pinturas coloridas en las paredes, a escuchar a una pequeña orquesta. Después había una copa para los amigos. Mariana –que era la amiga del lugar-, me trajo un vaso de té helado. Bien sabía ella que yo era la única en la mesa que podía apreciar eso.
- Ah... qué bien... –suspiré yo como si el destino me hubiera regalado una ferrari. Tomé el primer trago con una alegría que se me cuajó en el rostro al instante. Con un tono verdaderamente asqueado, escapó de mis labios la siguiente frase:
- ¡Pero esto es La Virginia en saquitos!
Varias caras me observaron extrañadas. Yo misma parpadee extrañada.
- ¿Y qué tenía que ser? –preguntó Mariana.
- ¡Dejate de joder! ¡No te digo una gran cosa, pero por lo menos Virgin Island en hebras! –me escuché decir espantada de mí misma y sin saber cómo hacer para coserme la lengua al paladar.
Por suerte mis amigas son cariñosas. Omitieron mis comentarios con benevolencia y siguieron adelante con la velada. Decidimos cenar en casa de Carina. De paso yo tenía que recoger el pago de una vieja apuesta, consistente en una botella de Barón B.
Pedimos comida china por teléfono. A los postres Carina propuso:
- Pidamos una helado de limón para el champán.
- No querida –se adelantó mi maldita lengua del viernes-... ¡A mi Barón B no le vas a poner helado!
- ¡Pero claro! –aclaró ella-. No estoy invitando con tu champán. Yo tengo otra botellita en el freezer...
- ¡Ajá! ¡Muy bien! –continuó mi boca, decididamente inmune a los mensajes asesinos de mi cerebro-: ¡Mirá como se nos aburguesó! ¡Ahora que vive en Palermo tiene champán siempre frío! ¡En Once jamás hubiéramos encontrado dos botellas de champán en tu heladera!
- Pidamos una helado de limón para el champán.
- No querida –se adelantó mi maldita lengua del viernes-... ¡A mi Barón B no le vas a poner helado!
- ¡Pero claro! –aclaró ella-. No estoy invitando con tu champán. Yo tengo otra botellita en el freezer...
- ¡Ajá! ¡Muy bien! –continuó mi boca, decididamente inmune a los mensajes asesinos de mi cerebro-: ¡Mirá como se nos aburguesó! ¡Ahora que vive en Palermo tiene champán siempre frío! ¡En Once jamás hubiéramos encontrado dos botellas de champán en tu heladera!
Carina me miró desorientada. Empezó a balbucear, a modo de defensa, que el Barón B lo había exigido yo. Que ella sólo tenía un Chandon... La vi tan perpleja que recuperé momentáneamente el control del habla para increparla:
- ¡Carina! ¡No podés ser tan tarada! –la intimé-. ¿Cómo le vas a estar dando explicaciones a las acusaciones de burguesía de una imbécil que hace asco por un té la virginia y no acepta un champán más barato que el baron b?
Carina me sonrió. Asintió con dulzura. Otros se rieron.
Yo, sinceramente, no comprendo cómo es que todavía se juntan conmigo. Algo debe andar muy mal con esa gente. Porque, a veces, hasta sospecho que me quieren.
- ¡Carina! ¡No podés ser tan tarada! –la intimé-. ¿Cómo le vas a estar dando explicaciones a las acusaciones de burguesía de una imbécil que hace asco por un té la virginia y no acepta un champán más barato que el baron b?
Carina me sonrió. Asintió con dulzura. Otros se rieron.
Yo, sinceramente, no comprendo cómo es que todavía se juntan conmigo. Algo debe andar muy mal con esa gente. Porque, a veces, hasta sospecho que me quieren.
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