Hace poco descubrí una experiencia poderosa. Era la primera vez que volaba sola. Estaba distraída, hojeando el diario a desgano. El avión empezó a carretear. Y de pronto me estremeció la enorme sensación de potencia que se revelaba en la vibración de los motores. Una potencia digna de la naturaleza, pensé apabullada.
Pero fue más que eso. Un volcán no tiene objeto ni dirección y su energía se resuelve en una explosión sin sentido. En cambio este impulso rabioso, que arrastraba una enorme masa metálica, llegó al punto de tensión en que debía estallar en mil pedazos. Y en cambio, simplemente, se elevó como un pájaro.
Juro que estaba tomando agua mineral. Y aún así fue una experiencia delirante.
- Esta es la esencia del milagro –pensé-. Un milagro absoluto.
- Esta es la esencia del milagro –pensé-. Un milagro absoluto.
Cuando llegó la hora del regreso desorienté a un aeropuerto completo con mi inglés chapurreado. Quería un vuelo con la mayor cantidad de escalas posibles. Y no me dejé disuadir por la incomprensión.
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