Hablando de las cosas fuera de lugar, ayer me acordé de algo que quizás explique la historia de mi vida.

Yo ya no tenía 16 años y estaba tumbada en un sofá con un muchacho que me gustaba. Era un chico cariñoso, tanto que cuando quise acordar me estaba besando el cuello. Eran esos besos sonoros y rápidos, como disparos de ametralladora. Muy sorprendida, y sin un miligramo de cerebro conectado a la lengua, comenté:
- ¡Uy! ¡Así eran los besos de mi tía Chiche!

Jejé. Eso se llama ubicuidad. Y después me vienen con la teoría de que las cosas no tienen un lugar.

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