Casi había olvidado al Bicho Muerto cuando reapareció con un interrogatorio fisiológico. Ahora me despierta en mitad de la noche con preguntas del tipo: "¿Dónde están tus membranas?" "¡Los seres vivos mantienen sus órganos alejados del exterior! ¿dónde están tus membranas?"

Y el Bicho Muerto tiene sus razones para molestarme. A mi me pasan cosas raras.

Por ejemplo lo enloquece que tenga vértigo ajeno. Sucede que yo me asomo a las alturas sin preocupación, pero cuando un niño hace lo mismo se me corta la respiración. Un espasmo me contrae hasta el último músculo del cuerpo. Traspirada y contracturada, termino suplicando a la criatura que se apiade de mi.

O por ejemplo el día que me anunciaron una muerte. No lloré. Apenas se pronunciaron las palabras -como si hubieran apretado un botón- las arcadas me lanzaron de cabeza al inodoro. Pasé dos horas vomitando sin la menor pena ni consideración por el muerto.

Y además, algunas veces la belleza llega a hacerme doler el pecho.

Y el Bicho Muerto, maldito espiritu científico, no para de exigir explicaciones: "¿Qué saben tus pulmones de belleza, ah? ¿Qué?". "¿Qué le importa a tu sistema esquelético de un niño ajeno? ¿Qué, qué? ¿Cómo puede ser?". "¿Y qué tiene que ver el duelo con la digestión?" "¡Pero qué desquicio! ¡Por favor!"


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