Los Ojos del Jarrón



Tuve un sueño denso como el aire de un incendio. Contenía los siguientes elementos:
1 balcón / 1 un mar rojo, espeso y espumoso / 1 jarrón que se rompía.

El sueño se fue desenrollando a lo largo de los días siguientes, de a poco, el muy traidor. Lo primero fue el balcón. Mientras desayunaba reconocí el balcón del segundo piso de la calle Obligado. Lo conozco bastante bien como para asegurar que no da a ningún mar, de ningún color, sino al viejo edificio del Comercial N°3.

Al día siguiente era domingo. Durante el almuerzo familiar la radio anunció un accidente ferroviario. Entonces mi abuela, con esos ojos oscuros y extáticos que pone a veces, pronunció una de sus frases favoritas: “¡Ahh... Eso debió ser un mar de sangre..!”.
Casi me caigo sentada. Mi abuela se las arregla para evocar sus benditos mares de sangre cada vez que puede. ¿Cómo no me di cuenta? El mar rojo del sueño, espeso y espumoso, era, literalmente, un mar de sangre.

Zafé lo más temprano que pude de la maldita rutina familiar y llegué a casa extenuada, quizás bastante perturbada. Decidí meterme en la bañera. Abrí la canilla para que se llenara y me fui a preparar café. Cuando volví ya estaba casi llena y, por segunda vez en el día, quedé petrificada. De pronto me acordé.
En el segundo piso de Obligado sucedió una vez un aborto espontáneo. Yo estaba de viaje en ese momento y me enteré por teléfono. Cuando llegué, con el bolso al hombro, agradecí no haber presenciado nada, ni dolor, ni gritos ni llantos. Creí que los médicos del hospital ya me habían ahorrado todo el asunto, hasta que entré al baño, y vi la bañera llena de agua vieja, sangrienta y espumosa.
Todavía la veo. Me quedé sentada sobre la tapa del inodoro, balanceándome, contemplando hipnotizada ese pequeño mar de sangre. Esa era la parte que me tocaba a mí. Y no sabía que carajo hacer con ella.

Recién esta mañana me acordé del jarrón que se rompía en el balcón, desparramando su contenido. Estaba lleno de ojos en formol. Ojos arrancados, con el nervio colgando como una cola. Ojos que rodaban hacia el mar con todas sus visiones a cuestas.

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