Canastas



La semana pasada Silvia me arrastró a una clásica reunión de mujeres. Entré bajo amenaza. Tenía la obligación de portarme civilizadamente y hacerla quedar bien. “Es parte elemental de la socialización”, me aseguró.
Pronto se descubrió que, aparte de jugar decentemente a la canasta, yo no podía quedar ni bien ni mal. La conversación derivaba por temas mucho más inextricables para mí que la física cuántica: Tiendas de ropa, marcas de lencería, peluquerías de moda, rutinas de gimnasio y restaurantes exóticos... El porcentaje de palabras que alcanzaba a reconocer era menor que en una película japonesa.
Al fin llegamos al tema universal: Hombres. De pronto, mi comprensión del vocabulario mejoró bastante. Para mi desgracia, porque se largaron a intercambiar detalles de un calibre de grosería increíble. Y yo, la de los malos modales, ordenaba mis cartas poniédome colorada como una novicia.
Una rubia muy escotada intentaba prevenir a sus amigas. Su novio, entusiasta de los implementos, se obstinó en que no podían dejar de explorar el clásico de los clásicos: la banana. Eligió una con buena forma, la lavó, le mordisqueó la punta y, por si hubiera fricción, usó un lubricante. Le encantó el asunto.
Mientras todas escuchaban entre suspiros y grititos nerviosos yo cerré la mano de cartas que tenía y me las puse discretamente entre los dientes en previsión de lo que vendría.
- ¡Ni se les ocurra probar! –aconsejó la rubia-. ¡Fue un desastre! La banana se hizo puré. No había manera de sacarme esa pasta de ahí adentro. Al final terminé en el sanatorio, dando explicaciones... Un bochorno...
Para entonces ya me había tragado una pierna de reyes, pero no había emitido el mínimo sonido, ni una sola sonrisa había escapado a mi control. Entonces Silvia preguntó:
- Pero... ¿Vos estás saliendo con el tipo ese que es ingeniero?
- ¡Sí, claro! –asintió la rubia. Silvia frunció la nariz antes de continuar:
- Yo lo conozco a Rodolfo... Hace control de calidad... Hjem... "Resistencia de materiales", para ser más exactos...
Fue demasiado. Estoy segura de haber roto algún mueble en la desaforada carrera con que abandoné el departamento.
Entre los miles de millones de habitantes con que cuenta este planeta, sinceramente, cinco o seis más que no me saluden, ¿qué daño me puede hacer?

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