Dios mío...



Dios mío... Es sábado, 3:00 AM, acabo de llegar a casa. Debería tirarme en la cama, hacer o pensar o beber algo interesante. O, simplemente, saborear la noche fumando en la oscuridad. Pero no puedo. No puedo acallar al bicho muerto.
- "Nooooo... –grita ofendido en lo más profundo-. El verbo ‘fulgurar’, el adjetivo ‘prístino’ y el sustantivo ‘fanal’... ¡Todos juntos la misma noche! ¡Son delincuentes! No basta quince años de trabajos forzados para esa gente... ¡No, no basta! ¡Esos poetas tienen que pagar el daño a mis oídos!”
- Si... –suspiro intentando la tolerancia-. Tenés razón... Pero son mis amigos...
- ¡¿Amigos?! –ruge-. Ahá... Me parece muy bien... Hay que estar del lado de los amigos. Jejé... Y aquí tenés la oportunidad de demostrar tu amistad. Jejejé... ¡Precisamente esta noche vas a pagar por ellos!
Es verdad, tiene razón, me rindo.
Lo mejor será que me prepare unos mates, me ponga el salto de cama y me disponga a pasar la noche en blanco, oyendo la malévola música de su ira. Después de todo se lo merece. Porque al final, cuando todo termina, el bicho muerto es siempre el único que queda a mi lado.


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