Vaya a saber qué insatisfacción de otra cosa me empujó a hablar. Sabía que me arrepentiría de mi propia tontería, pero no pude evitar la protesta:
- Y nosotros, las chicas y muchachos que gustamos de varones, tenemos que vivir rodeados de tetas como globos y culos como globos... ¡Esto parece un eterno cumpleaños ajeno!
Esa misma noche recibí la respuesta que me merecía: Docenas de láminas abarcando hectáreas de órganos feos como ornitorrincos pavoneándose al sol como si tuvieran algo qué decir. Sin embargo la colección incluía una foto diferente.
Había un muchacho desnudo de belleza perfecta, de pie contra el cielo, en reposo, casi un ángel. Lo contemplé con una sensación de irrealidad extraña. Hasta que la voz descascarada del bicho muerto clamó:
- “¡Un cadáver! ¡Es un cadáver!”
Un escalofrío me recorrió la espalda:
- ¿Qué quiere decir este bicho siniestro? –me pregunté. Volví a contemplar la imagen.
Y de pronto lo reconocí. La sonrisa seductora era propia, pero el resto, todo ese cuerpo de perfección absoluta, era demasiado conocido. Era, exactamente, el David de Miguel Ángel. Cada músculo, cada hueso, cada tensión y cada centímetro de piel, hasta la proporción de los genitales era idéntica.
- Y nosotros, las chicas y muchachos que gustamos de varones, tenemos que vivir rodeados de tetas como globos y culos como globos... ¡Esto parece un eterno cumpleaños ajeno!
Esa misma noche recibí la respuesta que me merecía: Docenas de láminas abarcando hectáreas de órganos feos como ornitorrincos pavoneándose al sol como si tuvieran algo qué decir. Sin embargo la colección incluía una foto diferente.
Había un muchacho desnudo de belleza perfecta, de pie contra el cielo, en reposo, casi un ángel. Lo contemplé con una sensación de irrealidad extraña. Hasta que la voz descascarada del bicho muerto clamó:
- “¡Un cadáver! ¡Es un cadáver!”
Un escalofrío me recorrió la espalda:
- ¿Qué quiere decir este bicho siniestro? –me pregunté. Volví a contemplar la imagen.
Y de pronto lo reconocí. La sonrisa seductora era propia, pero el resto, todo ese cuerpo de perfección absoluta, era demasiado conocido. Era, exactamente, el David de Miguel Ángel. Cada músculo, cada hueso, cada tensión y cada centímetro de piel, hasta la proporción de los genitales era idéntica.
Era una belleza de mármol esculpida en carne.
- “¡Es criminal! –chilló el bicho muerto-. ¡Ese chico no tiene dieciocho años y ya está muerto! ¡Alguien tiene que ponerse a rezar!”
- No es más que una foto... –intenté tranquilizarlo-. Es un modelo. Posa imitando una vieja estatua...
- “¡Idiotas! ¡Ciegos! ¡Idiotas! –chilló el bicho haciendo vibrar los vidrios- El David representa un héroe. ¡Esto es la foto de un cadáver! ¡Sádicos! ¡Necrófilos!
- No... –balbucée-. No entiendo...
- ¿Sos ciega? ¿No ves la diferencia? El David está ocupado en otra cosa. No nos ve mirarlo y le importan un cuerno los suspiros en la Galleria de Florencia. Tiene la vista perdida imaginando con ansia el crujido del cráneo de Goliat. El suyo es un cuerpo negligente, dispuesto a perder brazos y piernas por una tajada de poder. Y ya está listo para traicionar a cualquier dios con tal de meterse en la cama de un mujer casada. Miguel Angel habla de la belleza de un hombre zambullido en su destino. ¿Hay algo de eso en esta foto mugrienta? ¿Algo más que el cadáver putrefacto de un mocoso imbecil?
Me agarré la cabeza tratando de evitar que me estallara. La diatriba del bicho se desarrollaba en un volumen intolerable.
- Es un chico encarnando una imagen vacía. ¡Exhibe belleza ajena! ¡La belleza del celofán! No hay nada debajo. ¡Ni siquiera tiene órganos! ¡Apenas ustedes, necrófilos inmundos, cierren los ojos, ese crío se pudrirá flotando en el río!
Casi arrastrándome llegué hasta la caja de herramientas. Saqué el martillo y, sentada en el suelo, lo hice girar en mis manos.
- “¡Es criminal! –chilló el bicho muerto-. ¡Ese chico no tiene dieciocho años y ya está muerto! ¡Alguien tiene que ponerse a rezar!”
- No es más que una foto... –intenté tranquilizarlo-. Es un modelo. Posa imitando una vieja estatua...
- “¡Idiotas! ¡Ciegos! ¡Idiotas! –chilló el bicho haciendo vibrar los vidrios- El David representa un héroe. ¡Esto es la foto de un cadáver! ¡Sádicos! ¡Necrófilos!
- No... –balbucée-. No entiendo...
- ¿Sos ciega? ¿No ves la diferencia? El David está ocupado en otra cosa. No nos ve mirarlo y le importan un cuerno los suspiros en la Galleria de Florencia. Tiene la vista perdida imaginando con ansia el crujido del cráneo de Goliat. El suyo es un cuerpo negligente, dispuesto a perder brazos y piernas por una tajada de poder. Y ya está listo para traicionar a cualquier dios con tal de meterse en la cama de un mujer casada. Miguel Angel habla de la belleza de un hombre zambullido en su destino. ¿Hay algo de eso en esta foto mugrienta? ¿Algo más que el cadáver putrefacto de un mocoso imbecil?
Me agarré la cabeza tratando de evitar que me estallara. La diatriba del bicho se desarrollaba en un volumen intolerable.
- Es un chico encarnando una imagen vacía. ¡Exhibe belleza ajena! ¡La belleza del celofán! No hay nada debajo. ¡Ni siquiera tiene órganos! ¡Apenas ustedes, necrófilos inmundos, cierren los ojos, ese crío se pudrirá flotando en el río!
Casi arrastrándome llegué hasta la caja de herramientas. Saqué el martillo y, sentada en el suelo, lo hice girar en mis manos.
Esa noche estuve al borde de martillarme la cabeza con la furia de los justos.
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