En el verano me encontré un disco de Chico Buarque. Me enamoré, de la misma manera que mi hermano, el mayor, se enamoró una vez de un gliptodonte con caparazón de margaritas. Mi hermano lleva décadas hundido en el barro de sus expediciones paleontológicas, cavando y cepillando sus incompletos rompecabezas de saurios fosilizados. Yo quizás no sea tan consecuente.
Dicen que la técnica de teñido del vidrio de los vitrales medievales está completamente perdida. Ya nadie podrá reproducir esos matices el día que se hagan trizas. Dicen que la fórmula para calcular números primos ha sido perdida y nunca más encontrada. Desde entonces es preciso constatar, uno por uno, cada número del infinito.
La inteligencia de los 70’ parece haberse perdido del mismo modo. He aquí una muestra de mi pequeña arqueología Buarquiana:
Quero perder de vez tua cabeça
Minha cabeça perder teu juízo
Quero cheirar fumaça de óleo diesel
Me embriagar até que alguém me esqueça.
El bicho muerto nunca habitó la cabeza de Chico Buarque. Sin embargo, evidentemente, él y sus contemporáneos tenían noticias de los parásitos de la conciencia. Y los que corearon esta famosa canción sabían a ciencia cierta que quien piensa en nuestra cabeza, no es uno mismo. Hasta pergreñaban audaces planes de liberación: "Voy a perder de una vez tu cabeza. Mi cabeza va a perder tu juicio..." Hermosa amenaza.
Cuántos conocimientos sepultados en el tiempo. No queda nada. Y henos aquí, en la oscuridad, destinados a esfuerzos interminables. Condenados a comprobar la divisibilidad de cada número del infinito. Condenados a garantizar que los diminutos vidrios color mandarina jamás se quiebren. Condenados a firmar cada pensamiento que nos asalta y a creer en cada palabra que se nos escapa.
0 comentarios:
Publicar un comentario