Tempestade



Tengo un nuevo trabajo. Es un contrato que me viene muy bien. Hace quince días festejé.
Anoche, cerca de la medianoche, me quedé abstraída frente a la pantalla escuchando Chico Buarque: “Como beber dessa bebida amarga...” ¿Y quién cuernos se dejó un disco de Buarque en mi computadora?
No me atreví a conectarme. Estaba demasiado cansada para encontrarme con nadie, incluso en el msn. También estaba demasiado cansada para cambiar el disco; incluso para acostarme.
Repasé mi cronograma de las últimas dos semanas y el de los próximos tres meses. Me pregunté si realmente sé lo que estoy haciendo. No, claro que no. Si supiera no lo haría. Pero es lo que hay que hacer, suspiré. Hay que sobrevivir...
- Jeje... Hay que sobrevivir... –coreó el bicho muerto-. ¿Y quién dijo que hay que sobrevivir? ¿Desde cuando?
- Ese es un asunto que está fuera de tu alcance –le respondí con sequedad-: No sos humano. Y estás muerto.
- ¡Ah! ¡Autoridad competente para hablar de supervivencia! ¡Prioridad humana por excelencia! ¡Hipócritas! ¡Metirosos! –chilló-. ¿A quién le importa la supervivencia? ¿Ustedes sueltan los bebés en los incendios para correr más rápido? ¿Arrancan el corpiño de sus madres frente a los asaltantes para escapar durante la distracción? ¡Yo he visto el fondo de tus ojos bajo las ruedas de un colectivo! ¡Les importa un carajo la supervivencia!
Lo ignoré en redondo. El bicho muerto también vive de mi trabajo, al fin y al cabo.
Me metí bajo la ducha. El agua fresca no me sacó de mi abstracción. Me pregunté por la verdadera causa de estos oscuros violines que me perturban desde hace varios días. No encontré una causa, pero, entre la espuma del champú, encontré un remordimiento. No sé de qué.
- Ajá... Remordimientos sin causa –se burló el bicho muerto.
Esta vez su irrupción me avergonzó un poco. Seamos justos: ¿para qué mentirle? Sí sé cuáles son las cobardías que me remuerden. Se lo concedí y salí de la ducha.
Caminé por la casa dejando charcos de agua a mi paso. Me senté desnuda frente al espejo. Me desenrosqué la toalla de la cabeza y me puse los aros escuchando oleadas lejanas del disco ajeno: “Vou pra rua e bebo a tempestade...”
De pronto me vi en el espejo. Casi me atraganté de la risa. No eran los aros lo que tenía que ponerme. Era el camisón.

Posted by Hello

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